viernes, 27 de abril de 2012

Nuestros maestros cantores


Con el tiempo vamos conociendo la larga nómina de maestros nacionales pertenecientes a una categoría nueva e insólita. Hoy sale a la luz en prensa el nombre de Emilio González y se hace por fin justicia a quien puso ante los fogones a don Ernesto para enseñarle a preparar paella. A cuentagotas nos han ido llegando en estos últimos años los nombres de otros que como él, de forma desinteresada y anónima, le fueron adiestrando en tareas como pescar truchas, dar verónicas, beber cazalla en ayunas, cazar con liga o acodarse correctamente en la barra. Navarra particularmente, cuenta en esa lista con una destacada presencia de camareros, aldeanos, políticos, taxistas, compinches y aristócratas. La mayoría de ellos se ha contentado con contarlo a la cuadrilla, cuando realmente podrían exhibirse en los manuales de literatura como maestros del malogrado Ernesto Hemingway. La propia variedad de oficios representados en la lista nos hace ver lo verde que este hombre nos llegó de América, con poco más que sus plumas y una libreta. Ahora, pasados los años, podemos afirmar que, gracias a la callada labor de aquellos docentes, Hemingway a su paso por nuestras plazas, terrazas y tascas acabó por diplomarse en casi todas las suertes de la vida alegre. El balance de su legado no deja de resultar irónico. Mientras vivía, a pocos interesaban por aquí sus relatos, pero después de muerto y elevado a la gloria, poco han tardado los hijos de aquellos maestros en recuperar con fotos añejas su memoria para declararse a continuación acreeedores, un poco ruines, por aquellas lecciones jocundas y espontáneas de euforia.

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