sábado, 9 de junio de 2012

Fin de primavera


A pocos días del final de la primavera seguimos bajo el empuje de aquel primer impulso. Si para medirlo miramos a los signos de vida rampante todavía visibles en bosques, campos y riberas, pienso que este año su efecto aguantará hasta bien entrado el verano. Cualquier parque de los que tenemos a mano nos enseña que si queremos concretar el final de la estación no vale con señalar un día, que seguramente durará más allá de lo que manda el calendario. El cambio permanente y continuo complica mucho la posibilidad de poner final preciso a la primavera, a diferencia de lo que sucede con su principio.

Comparando, hay señales que nos sitúan lejos de aquellas primeras eclosiones florales, de aquella entrada de nuevos colores, de aquel despertar furioso. Nadie de los que seguimos atentos a las secuelas de aquel primer estallido vegetal piensa aún en buscar sombra bajo su árbol favorito para darle a su manzana un buen mordisco. Eso es cosa del verano. Hasta que ese momento llegue, vamos viendo discurrir en tiempo de primavera una serie de acontecimientos, llamativos al principio y sucesivamente menores, que afianzan el curso de la vida tras aquel impulso inicial. Hoy que esa vida parece haberse confirmado, cuando el fruto está ya próximo, resulta estimulante recordar el recorrido hecho y revivir en imágenes aquellos inicios primaverales.

Los óleos, acuarelas y dibujos de David Hockney reunidos en la exposición presentada en el Guggenheim de Bilbao tienen como eje temático el paisaje de su Yorkshire natal. De ese conocimiento del paisaje, nacido de la cercanía y la familiaridad, surgen al menos dos formas bien distintas de percibirlo, contemplarlo y hacerlo propio. Para quien se reconoce en todos los elementos y combinaciones que componen su paisaje cercano, así como en las imágenes y sensaciones que procura, se establece una suerte de comunión, la que suele asociarse a la entrada en sagrado, la que da acceso al dominio primigenio, al foco de nuestra vida. Frente a esa asunción litúrgica del paisaje al alcance de cualquier alma sensible, estaría la penetración analítica del artista, del que va viendo desprenderse de la visión inicial facetas y tonos, objetos y personajes, rasgos y detalles.


The Arrival of Spring in Woldgate (2011), D. Hockney
Más allá de trazos y colores, la meditación sobre el paisaje, de la que la obra del artista será deudora, siempre parece girar en torno a dos asuntos no tan subalternos, la vida y el tiempo. No es extraño entonces que la irrupción de la primavera sea un motivo predilecto, y decisivo a la hora de extraer conclusiones sobre el ideario del artista. Disponemos de una versión de este tema en el caso de Hockney. Se trata de la obra que arriba se muestra, un enorme cuadro de formato panorámico, formado por 32 piezas. Es importante saber que no se encuentra solo, sino rodeado de gran diversidad de paisajes de la misma región, con los que mantiene estrecha sintonía tanto temática como estilística. Puede ser destacado entre todos ellos, sin embargo, como culminación de un proceso de indagación con el que el autor ha dado expresión propia al paisaje de Yorkshire. Los lienzos y acuarelas que lo acompañan reflejan con profusión el devenir temporal, el cambio de las estaciones. Hay incluso una colección de lienzos en el que un conjunto de tres árboles se va viendo, desde un mismo punto de observación, con su ramaje alternativamente vestido y despojado de follaje en cuatro momentos significativos del año. Sin embargo, por riqueza plástica, probablemente sea de entre esos momentos la llegada de la primavera el más singular y, junto al otoño, uno de los que da pie a una reflexión conjunta sobre el tiempo y la vida. Gracias a esa reflexión —sólo comprensible en medio de ese entorno expositivo— el paisaje mostrado parece expresarse con su propio lenguaje como un argumento cabal y, trascendiendo lo encuadrado, como una visión del mundo.

Por último, apuntaré tres o cuatro detalles que en medio de la exuberancia ahí exhibida han llamado mi atención por encima del resto. En ellos veo confirmarse el profundo compromiso de Hockney con un lenguaje paisajístico, aprendido a través de esos parajes, esos climas y esos ambientes que por familiares desde siempre le inspiran. Como cuestión de principio, nadie puede hacerse ver en un entorno hostil o problemático, y menos sosegarlo, sin un camino. No faltan en sus cuadros caminos bien marcados, en tonos malvas y granates, siempre actuando como un eje decidido que apunta y se agota en su centro. Son esas las vías de acceso a sagrado de las que antes hablaba, la entrada a un mundo de reglas imprevisibles. Tampoco falta aquí, a decir verdad, el toque carrolliano, pero sin su Alicia, escurridiza en este cuento para el que todo parece haber sido dispuesto. El escenario del juego se compone aquí de un doble plano. El fondo nos remite a un bosque antiguo, que se diría inmerso en la bruma de la memoria. Para el primer plano, sin embargo, el trazado es nítido y casi cartesiano, con un horizonte amarillo como línea divisoria y con un variopinto elenco de troncos singulares que como verticales y entallados asistentes nos miran desde la escena. Por delante de aquel fondo durmiente, este arbolado parece avanzar y magnificar con su presencia el espacio que le distancia del bosque profundo. Aviva el carácter de cada árbol, por lo demás siempre firme y apacible, su distintivo color, y también todas las estrías, muescas, escamas y nudos que lo señalan. Pero donde la primavera más se hace notar es en el follaje que formando curiosas guirnaldas envuelve toda esa columnata hasta darle el aire recogido y festivo de un templo. Frente al rigor de esas rectas, describen las ramas elegantes curvas de las que prenden las hojas nacientes, apuntando todas acogedoras, y en todos los verdes posibles, a la única vía de entrada a escena. A sus pies, el cielo es tan firme como ese suelo floral y alfombrado, un suelo argumentado con tal ingenuidad que, además de pagar aduana a Rousseau, libera de seguro los pasos de quien se atreve a visitar y explorar este cuadro espléndido.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

SI SE REFIERE AL CUADRO DE ARRIBA HECHO POR ORDENADOR NO ENTIENDO LO ESCRITO
Saludos cordiales
Campos

Hilario Mendiaga dijo...

Me daría igual si la brocha gorda ofreciera suficientes matices. No creo que la herramienta con que se crea el boceto (quizás el iPad) degrade una obra. Hockney declara: 'I wanted the floating feeling of very early spring, when the first leaves appear. They come out at the very bottom of the trees, and you don’t see very much of the branches. They seem to float'(http://www.royalacademy.org.uk/ra-magazine/). Puede que él no haya acertado, pero yo capté algo de esa intención, y lo puse por escrito con mayor o menor acierto.
Por cierto, me pareció también fascinante su paseo filmado por el camino arbolado en Woldgate con 9 cámaras de alta definición. Lamento también que empiece a preferir el iPad a las acuarelas, porque son excelentes. El dice que el tiempo se le echa encima y que necesita trabajar más rápido. En fin, será la edad.
Un saludo y gracias