martes, 12 de junio de 2012

Escribir en directo


Usando el ordenador, los modos de escribir se multiplican, no sé si decir que afortunadamente. Si uno observa el manuscrito de una obra del siglo XVIII por ejemplo, puede seguir con interés las correcciones introducidas por su autor. En unos casos se trata de recombinaciones de lo escrito, en otros de cambios de una palabra por otra semánticamente más precisa y con frecuencia de la equilibrada administración de pausas con puntos y comas. La impresión que normalmente sacamos es que las correcciones no son tantas —aunque según qué autores también ponen de su parte—, que el hilo discursivo estaba muy presente al ir escribiendo y que lo escrito no es un ejercicio experimental o especulativo. Si con el procesador de texto, a modo de comparación, pudiéramos reflejar de una manera visual todas las idas y venidas a las que sometemos lo que inicialmente escribimos, obtendríamos una memoria bien expresiva de nuestras andanzas con las ideas que sirvieron al principio de fulminante. Habrá casos, como es lógico, en que el texto original sobreviva limpio y terso, sin mácula que decía aquel, como fiel reflejo de una mente clara servida por una expresión precisa. Es probable que en casos como estos cierta retención mental contribuya a que el discurso fragüe con mayor facilidad en escritura. Para algunos es doctrina que, cuando al escribir logramos trasvasar en directo nuestras ideas a la primera y sin correcciones, estamos ante la escritura natural. Decimos natural en el sentido de que con ella se ofrece el retrato más fiel de nuestro discurso mental. En él lo que antes llamábamos el hilo discursivo parece no haberse entrecortado y luego reanudado. Probablemente la retención, o la simple reflexión con el apoyo de la memoria, favorece la aparición y seguimiento de este hilo, pero no son estos los instrumentos más usuales, y mucho menos imprescindibles, en la época del ordenador. En la actualidad, no creo que ese trasvase directo del discurso interior natural sea el modo de escribir que más se emplea. Casi nadie retiene las ideas, interioriza combinaciones y les aplica la sintaxis antes de que todo fluya por la pluma, y no precisamente porque hayan desaparecido las plumas. La nueva actitud con la que muchos encaran la escritura más parece la de salir al encuentro de las ideas que florecen en medio de las combinaciones sintácticas; combinaciones que deben ser insólitas para que el resultado, a falta de peso ideológico, tenga algo de originalidad y pueda ser exhibido como un nuevo enfoque. Como el salto a la hoja en blanco es siempre, incluso en el ordenador, problemático, el desarrollo del escrito está jalonado de avances vertiginosos, parones más o menos drásticos y retrocesos odiosos. Dependiendo de la necesidad que se tenga de sacar adelante un texto, nos mostraremos también más o menos piadosos con ciertas incoherencias surgidas en la relectura y en general con la endeblez de nuestras ideas. No pocas veces nos sentiremos apremiados a conservar in extremis lo escrito ante la imposibilidad de recuperar las ideas originales, lo que viene a ser tanto como no saber recomponer el hilo que las desarrolla, o como ahora diríamos no saber estructurarlas. El conflicto suele solventarse introduciendo ortopédicamente largos circunloquios sin otro fin que salvar lo ya escrito y que el tinglado al completo se sostenga. Otra treta común para evitar la temida reescritura completa es reordenar, por exigencias lógicas en el peor de los casos o por capricho estilístico en el más común, enunciados o frases que hemos dado por cerrados e intocables, como si fueran sillares. En este punto habría que recordar el uso adictivo y el carácter casi milagroso que se les concede a herramientas de procesamiento como el «corta y pega», que pueden completarse a la hora de «remover experimentalmente» el texto con otras como la búsqueda y sustitución automática de sinónimos. Luego está ya cada cual con su criterio económico en la última etapa de relectura y corrección. Hay gente rigurosa e insaciable, cuyo drama permanente consiste en comprobar que su listón de exigencia queda a una altura muy alejada de su discurso natural. Su régimen corrector, guiado por un instinto depurador, desemboca en un terrible ejercicio de descuartizamiento y reconstrucción en vivo, prácticamente en un despiece que apenas deja oír la voz original de la criatura. Otros, más complacientes, decidimos llegado el momento no seguir aplazando la salida. Ese momento puede llegar tras un plazo convenido, sobrevenir a causa de una urgencia fisiológica o gestarse en medio de un aburrimiento agotador. Y lo que se decide con la salida no es otra cosa que ofrecer al compasivo lector lo que ha quedado por escrito, sin más retoques ni miramientos, sea o no de su aceptación.

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