domingo, 10 de febrero de 2013

Cuando el calor es desgarro


El Anatsui, Old Cloth Series, 1993
No sé si tengo que presentar a El Anatsui o bastará simplemente con dejar que sea su mural el que hable. Sepa, sin embargo, quien lo ve, quien espera entrar en su secreto, que habla aquí en tono menor, porque es una obra que por sus dimensiones requiere espacio libre y obliga a respetar cierta perspectiva. No es que pierda carácter o que su magia se desvirtúe al ser llevada a otros formatos, como el que sirve aquí para su presentación, sino que a través de fotografías o de cualquier otro medio la experiencia varía, y estoy por afirmar que será menos intensa. Aun así me arriesgaré a seguir hablando de lo que veo en las fotos y no de lo que desearía ver al natural, tal y como lo entregó su creador.

Algún dato quizá sea útil, otros son inútiles por evidentes. ¿Hay que decir que el artista es africano? Añadiré algo más, de Ghana. Hijo de un tejedor de kentes tradicionales, eso puede ser más importante, y formado en instituciones artísticas europeas. Hablar del kente como un tapiz quizá no sea muy apropiado, teniendo en cuenta lo que eso trae inmediatamente a la mente del europeo. Las diferencias entre la idea común y la «solución» africana son manifiestas. Una vez colgados, esos tejidos de seda y algodón, vienen a describir también un mundo, pero un mundo sencillo, de dibujos geométricos e intrincados, libre de personajes y figuraciones, donde el juego formal de combinación y reiteración de motivos acaba subyugando con mayor eficacia que cualquier literatura adherida.

Las diversas obras que El Anatsui ha venido presentando con amplio reconocimiento no tienen fácil catalogación. Según los casos, pueden ser descritas como tapices, mosaicos, esculturas, o más simplemente como instalaciones artísticas. En ellas el telar original, el de sus ancestros, ha adquirido otras proporciones y los materiales empleados también se han diversificado. Muchas de las obras incorporan materiales de desecho como chapas, maderas, cerámica y plástico, engarzados en largas hileras, generalmente horizontales, con las que se crea cierta ilusión de continuidad, aunque a simple vista la trama las descubra como nuevas y distintas. La elección de mantener el hilo, pero tejiendo en bruto con materiales bastos, no parece que tenga pretensiones conceptuales. No creo que convengan aquí etiquetas como arte pobre, ecológico o reciclado. El uso del material está más que justificado por sus demostradas posibilidades formales. El resultado es casi siempre sorprendentemente armonioso, si bien alérgico a los cánones europeos con sus matices aterciopelados. Las piezas, los componentes, los átomos, subsisten ahí, son visibles, a veces como lo que fueron, un tapón o una lata, pero formando un conjunto nada ocasional y mostrando a través de sus pliegues y su estudiado encaje un deslumbrante y colorido volumen.

Aquí la creatividad no genera un argumento, una presencia homogénea, más bien parece estar gobernada por un principio reconstructivo. Pongámonos en el hipótesis de que el resultado de la acción creativa adquiere a nuestros ojos la condición de cuerpo artístico. Pues bien, de ser europeo ese cuerpo se presentaría cerrado y construido mediante claves ocultas, abierto a perpetua interpretación. No quiero dar a entender que, en abierta oposición, la obra de El Anatsui carezca de claves interpretativas. Al fin y al cabo estoy intentándolo. Sólo diré que con esa inspiración reconstructiva lo que se crea es un cuerpo de factura abierta. Aquí no caben esas pinceladas que sugieren una determinada intención o esos enfoques que remiten a la literatura o al mito, aquí todo parece más simple, es la ordenación y conjunción de los elementos lo que crea un estado de convicción, un cuerpo formal.

Veamos el caso del mural Old Cloth Series de 1993. El conjunto, verdaderamente fascinante, recuerda vagamente a un mosaico. No obstante, carece de toda obsesión estructural, pero sin que eso signifique desorden. Lo que hay es trama, ese elocuente reflejo del buen sentido que acompaña a la intuición en la artesanía. Vienen luego los materiales, combinados en ese mensaje cálido que se abre repentina y dramáticamente en un profundo desgarro. Las maderas cumplen su función, listadas y entonadas verticalmente, se incorporan en cuadritos desiguales al mosaico, que queda tachonado puntualmente por la irrupción del fondo oscuro. El trabajo sobre ese fondo marca el desarrollo del mural, en el que se desvela como el rastro de una potente llamarada, como una profunda cicatriz. La escorrentía de fuego parece haber devorado la madera y los restos de ese paso atroz penden como una oscura excrecencia. El detalle revela que hay piezas quemadas, que hay trazos grises de fondo, pero revela sobre todo una nueva geografía, magmática, como si el mural hubiera sido recorrido por un tortuoso río de lava. En torno a ese desgarro, en sus orillas, las piezas parecen resurgir, esta vez coloridas y tatuadas con símbolos. Caligrafiado en azules y rojos, todo un enigmático alfabeto renace en medio de ese curso arrasador. La devastación no puede destruirlo todo, quizá desordena nuestro cálido mundo, pero al final siempre cede paso a la palabra.


Detalle del mural anterior

No hay comentarios: