Mientras la aburrida sesión avanzaba, el duque de Monjardin animaba al monarca con una de sus hondas disquisiciones morales:
—La política, mi Señor, prodiga valiosos ejemplos de estímulo y superación. En el rústico sencillo despierta y estimula siempre la afanosa codicia. Pero no por ello descuida al pudiente caballero, al que si ve justo de ideas, dota sobradamente de venenosa intención.
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