jueves, 8 de marzo de 2012

Cuadro con observador y objeto


Al acercarnos a nuestro cuadro vemos cómo el observador se aproxima al objeto, movido por una curiosidad incontenible de la que nacerá un deseo de encontrar explicación, probablemente de sí mismo, mientras emprende una revisión exhaustiva de los detalles menores, de aquellos que en la primera acometida permanecieron escondidos. Al hacerse estos a la luz, el objeto observado se convierte en un motivo que aviva la intención de ver, donde antes la mirada se posaba inquieta y distraída. Esperando una visión íntegra y definitiva, aumenta la creencia de que el objeto en su hermetismo oculta claves de paso, quizá a otros mundos. Ajeno e impasible, el objeto atrae curiosos a su umbral, a los mismos que luego obceca, y parece confiar y hacer públicos sus secretos dejando que cada cual los alumbre a su manera. Cautivados por ese magnetismo sustancial, muchos ya no reparan en todo lo que rodea al objeto ni en lo que a su alrededor convoca una vez convertido en objeto de todos. Sigue habiendo, no obstante, quienes se adentran intrépidos en ese océano de facetas, volúmenes y colores que lo circunda, y navegan entre el oleaje de emociones que suscita confiados a la vista de esas costas. Rara vez descienden estos a aguas más profundas y turbias, a menos que naufraguen. Son otros los que allí se abisman, flotando como sombras carentes de objeto alguno, como ciegos solemnes en su propio cuadro, como peregrinos perdidos en su mundo.

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