lunes, 26 de marzo de 2012

El lector y su cuadrilla


Gamelin J., Orate ne intretis in tentationem,
grabado del Nouveau recueil d’ostéologie 
et de myologie, Toulouse (1779).
En algunos lugares este grabado aparece con el divertido título de Esqueleto lector, lo que viene a dar a la imagen un tono un tanto sarcástico. Para ayudarnos a aclarar las intenciones de su autor podemos acudir bien sea al lema suscrito al pie, a la obra en que aparece o a los grabados que lo acompañan en ella. Dejemos por el momento lo del lema a un lado y señalemos que el grabado forma parte de una colección de 100 láminas con las que el dibujante y pintor francés Jacques Gamelin quiso ilustrar los fundamentos anatómicos de la Osteología y la Miología. Cuentan que se inspiró del natural, frecuentando las salas de disección de la Facultad de Medicina de Montpellier.

Al hojear la obra, basta ver el grabado bajo los títulos de la primera página para entender que Gamelin iba en sus propósitos un poco más allá de lo meramente científico. En él un esqueleto alado cabalga guadaña en mano en medio de un campo de cadáveres. La imagen, que se repite en esa misma clave en páginas interiores, parece invitar a la reflexión reproduciendo el viejo tema medieval del triunfo de la muerte. Sin alejarse en exceso del tono moral característico de los emblemas del siglo XVI, el grabado contiene también aspectos formales novedosos, incluso modernos. No es en la composición, tan clásica en su tiempo como la propia técnica empleada, sino en el dibujo, donde se apuntan los cambios importantes. Campea la macabra figura en majestad sobre un fondo coral de trazo confuso, pero lo bastante vívido como para hacer a ese coro clamar. El estruendo de las fanfarrias queda apagado por un griterío que surge de la cruda contraposición entre el patético rostro de los vivos y el turbio amasijo de los muertos. Pasada la Revolución un tema similar será tratado por Goya, a la luz de las linternas y sin aires apocalípticos, en sus fusilamientos del 2 de mayo. A partir de entonces la muerte dejará de verse como un luminoso anuncio del final para convertirse en una violencia más oscura, amarga y próxima.



De esa proclama moral de la primera página llegan repetidos ecos a las láminas interiores. No tenemos más que volver al grabado del comienzo. Que nadie piense que nuestro lector esquelético ha perdido las carnes en su enfermiza obsesión por la lectura, que mire bien porque está humillado y genuflexo. Realmente la estampa está lejos de ser cómica. Su intención es otra, es la de mostrar al adicto arrepentido, al cadáver moral, al enloquecido por las ideas, al carente de fe. El lema inferior deja poco lugar a dudas: «Orad, no caigáis en la tentación». A falta de carne fresca, podría añadirse, la tentación más obvia son los libros. Este mensaje, difundido en el período álgido de la Ilustración, nos revela a Gamelin como un hombre de profundas convicciones religiosas, revestido para la ocasión de un equívoco discurso científico, pero con una destreza y una sensibilidad formal avanzadas. Evidentemente, sobrevivió a todos los vaivenes políticos y revolucionarios como figura académica.


Esos ecos de los que antes hablaba resuenan con mayor brutalidad aún en otras imágenes. Estudios que en la vertiente osteológica podrían parecer cómicos, al ser llevados a la miológica, allá donde aflora la musculatura, resultan casi siempre inquietantes. No son simples disecciones y despieces, sino figuras despellejadas que parecen implorar piedad tras verse sometidas por el dibujante a público escarnio en medio de escorzos insinuantes y poses desmayadas. Como si por esas láminas salieran a deleitarse a plena luz los atormentados inquilinos de las cárceles de su contemporáneo Piranesi. En su estilo, el dibujo que cubre las planchas entronca con la tradición anatomista de los artistas renacentistas, pero la mirada de Gamelin no es tan curiosa, es más bien torva, como si estuviera dominada por una inquina moral que le impide disfrutar de una visión gozosa de los cuerpos. De la larga galería de imágenes vidriosas y siniestras entresaco la que me resulta más odiosa por sus pretensiones doctrinales. Se trata de una crucifixión anatómica, o más propiamente quizá del espectáculo anatómico ofrecido por el crucificado. El amaño moral de las imágenes forma parte de las más antiguas escuelas artísticas. Tampoco hoy es raro verse atropellado visualmente por imágenes atroces y convulsas de sufrimiento estético, aunque dudo de que lleguen a venderse como disecciones anatómicas. Al contemplar esta imagen se tiene la impresión de que aquel espíritu investigador que se apoyaba en un examen minucioso y en un trazo riguroso, el que llegó impulsado por el interés científico, ha claudicado. Gamelin representa el retorno a la vieja iconografía enaltecedora del tormento. Armado de un verismo crudo, tras su oportuno paso por las salas de los anatomistas, no duda en adulterar su proyecto ilustrador para dejar florecer su vocación de catequista. Todo un ejemplo de subversión emocional, y de regresión científica.

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