domingo, 11 de marzo de 2012

Proyectos individuales


Hasta hace no mucho siempre habíamos creído que un individuo forja su individualidad mirando hacia sí y sustrayéndose al mundo, y que en el mejor de los casos por esa vía creaba un mundo propio. Nos lo contaron de artistas, de escritores, de líderes, a los que se distinguía desde fuera por su carácter, por su singularidad. Hoy lograr el aislamiento físico necesario para incubar el genio individual es difícil. Tampoco es fácil crearse una línea defensiva que preserve la individualidad y aún menos lograr que cierta autoridad nos afirme ante los demás. Algunos optan por una arrogancia escénica o por una superioridad impostada, sin reparar en que ambas fórmulas dependen de un círculo solidario de camaradas que los asfixiará necesariamente como individuos.

De todos modos son las relaciones interpersonales, o sea las que implican a dos individuos, el uno y el otro, o en su defecto las que presentan a ese uno frente a una representación virtual del resto de los otros individuos, las que mejor muestran los recursos que en este mundo cada vez más interrelacionado se emplean como sostén del individuo. Valor añadido tienen en ese banco de pruebas las mantenidas por jóvenes, por aquello de que reproducen su proceso de formación y asentamiento. En él los educados en un individualismo competitivo son los que parecen dar más claros signos de haber gestado una individualidad autista. Fracasan normalmente en su aproximación comunicativa —y de paso en cualquier proyecto colaborativo— al vivir obsesionados por obtener el mayor beneficio de su individualidad, a la que han convertido en su empresa representativa.

Viene todo esto a cuento de un artículo sobre la juventud estadounidense, en el que Eloi Saint Bris refleja este punto en los siguientes términos: «La individualidad se ejerce para el otro pero sin el otro — únicamente en la representación. El otro no es más que un espejo de mi propia representación. Un 'sí' raramente es un asentimiento en una conversación, es más bien una excusa para retomar la palabra cuando el otro ha acabado su prestación. Pero mientras conserve la palabra un tiempo que me permita salir del montón, no es importante saber que nadie verdaderamente me escucha» (Eloi Saint Bris, Le Huffington Post, 11/3/2011).


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