martes, 7 de febrero de 2012

Izquierda y derecha, hoy


La izquierda ha pasado a ser tan cortés que difícilmente puede ser valiente. Con lo que tuvo de hacendosa, se ha quedado sólo en digna y de día en día más frágil; de poco le ha valido haber sido ilustrada, si todo lo que un día tuvo de curiosa lo tiene hoy de indecisa. Acostumbrada a esgrimir razones de interés público, se ve ahora obligada a seducir a su clientela —un éxito siempre dudoso— por temor a verse dominada. Es tan propensa a abochornarse con sus errores que resulta presa fácil para sus detractores, que no cesan de amedrentarla a gritos en el centro de la plaza. Desplazada a un sórdido rincón, atiende ahora consultas de los disconformes sobre los que derrama generosa su bálsamo reparador. También para los alterados ha dispuesto un gabinete que diagnostica con prontitud el trastorno y reconduce el desorden a base de fomentar esperanzas enérgicas. No sé si podrá conseguir mucho por estas vías, y más cuando por el otro lado se avasalla. Estos otros han entrado sin demasiadas dudas. El tiempo que han pasado acechando el poder, lo han vivido como un ejercicio baldío, democrático claro, pero fundamentalmente un penoso accidente. Con el pase por las urnas, muestran el aplomo de quien detenta el poder como si fuera de su propiedad. Su democracia no es de delegados es de procuradores y a la cabeza de la tropa, para que no haya equívocos, han puesto a un registrador de la propiedad. Han vuelto con su fórmula tradicional, la que reclama como derecho de la derecha hacer lo más propio a fin de que venga a ser propio lo que se estimaba compartido, que pasará a ser de su partido como carga liviana y muy rentable propiedad.

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