domingo, 5 de febrero de 2012

Actores al natural


Los estudiosos conseguirán sin aparente esfuerzo intelectual remontarse hasta el diálogo para encontrarle orígenes a la entrevista como género, aun a costa del versátil Sócrates y de su círculo de incondicionales. Apuntarse ese tanto es apuntalar en tierra firme construcciones literarias cada vez más movedizas y en ocasiones ruinosas. Ni entonces ni ahora abunda en esos intercambios verbales la franqueza, por lo que hemos dado en suponer que todos son meras puestas en escena. Excepcionalmente a beneficio de quien pregunta —me estoy acordando de Oriana Fallacci— y generalmente, por convenio editorial, de quien responde. Eso no significa que el interrogador no se reserve algún cartucho, mayormente para agitar la turbia conciencia, la flaca memoria o la decidida estupidez del entrevistado. Los que nos sabemos limitados ganamos poco en esas lecturas, por eso siempre nos quedamos con algún dato menor de la enorme cascada de palabreo manejada en el curso de esa «franca conversación mantenida cara a cara por este humilde reportero con ...».

En mi rutinaria inspección de la prensa, me encuentro hoy domingo con un par de entrevistas de muy distinto tono. En la primera Jesús Ruiz Mantilla entrevista para El País a Amparo Baró. El diálogo es distendido, cordial y de la parte interrogada suena a sincero, lo que no es poco. Está el obligado preámbulo llamando al público a las taquillas del teatro, pero lo que importa verdaderamente es la reflexión de Amparo sobre su profesión. Aquí, como tantas veces, el curso de la conversación es un tanto disperso, pero deja notas sabias. Me quedo de entre todas con esa en que habla de la construcción del diálogo en escena: «Es esencial la generosidad. Saber que si haces la pausa, te mira; que cuando coloca una frase, tú la observas y la dejas hacer, esa compenetración... El teatro, vamos a ver, es sentido común y algo de oído, si no mucho...». Algo se podría inferir de esa cita también para lo que se hace para la imprenta. A veces esa construcción teatral de la naturalidad supera con creces en cuanto a verdad a la supuesta naturalidad de los que se enfrentan como caricatos a las preguntas del reportero.

Esto me lleva a la segunda entrevista, también de un actor. La firma Elizabeth Day para The Observer, y su objeto, bien podría decirse de deseo, no es otro que Vincent Cassel. El no tiene la culpa de esos animados prologómenos entre miradas, sonrisas, fotografías y otras escenificaciones. Asume como cuestión de oficio su papel de genio encantador ante la prensa. El catálogo de todas esas naderías no abruma tanto como las rúbricas que la informadora va colocando entre las convencionales respuestas de Cassel. Por eso lo más llamativo aquí, lo que reclama cita, es la cobertura fotográfica que acompaña a sus bobas declaraciones y ese formato que empieza difundirse en algunos medios. Bajo una foto del apuesto Vincent con intencionada pose podemos leer todo esto: «Polo shirt £149, Paul Smith (harrods.com) Trousers £385, Jil Sander (selfridges.com). Photograph: Joanna Van Mulder for the Observer». En las restantes lo mismo. Es de justicia atribuir el disparo a su autora, es de justicia atribuir la propiedad del polo al almacén que lo cede, es de justicia indicar su fabuloso precio. Pero es demasiada justicia para el castigado lector. No voy a decir que salga con el batín de casa, ese de colorines, pero seguro que tiene armario como para lucir con naturalidad su forma de ser. ¿No decíamos que la vestimenta imprime carácter como si fuera una segunda piel? Pues bien, para la entrevista agradeceríamos ver la genuina, la primera. No me imagino a la Baró con un pie de foto recompuesto para la publicidad. Afortunadamente en la suya sólo dice, y esta vez haciendo estricta justicia, Jordi Socias.


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