Nadie puede esperar que la lógica, por fulminante que sea el discurso, por poderoso que sea el tribunal, acabe con las redes de connivencia tejidas en torno a quien más manda, redes destinadas a mantener a flote todo el tinglado legal que le sostiene. La intuición de que esa red está en el aire para recoger en su provecho, de que no hay fundamento sólido que ampare lo que es de todos, servirá como corazonada no como argumento, por lo que sólo queda zarandearla para comprobar qué queda ahí de lo nuestro. Cuesta creer que haya en los códigos legales recovecos suficientes como para acoger a ejércitos enteros de intérpretes del jurismo y aún más que estos dediquen noches y noches a buscar en los extensos articulados razones jurídicas que vistan con rigor lógico lo insoportable. Nadie se extraña ya de oírlos revolotear a su alrededor, pero atacados de buena fe nos resistimos a suponer que somos simple carnaza democrática, presta a satisfacer el apetito insaciable de estas alimañas. Pese a todo, creemos en el peso de la ley, en la coherencia del sistema, en su lógica institucional, porque se nos ha declarado sus valedores, siempre con nuestro voto en la mano. Pero la ingenuidad parece haber tocado techo, y a nadie se le ocurre ya salir a la calle para gritar «¡que alguien nos defienda!». Seguro que ese «alguien» contaría con nuestro apoyo, que la razón justiciera le asistiría, sí claro, pero ¿dónde está? ¿dónde se ha metido? Cuando contemplo el panorama, copado por esa estúpida y teatral batalla entre quienes apuñalan en público la verdad y quienes se escandalizan mientras la entierran, me pregunto qué papel puede jugar en esa trifulca de tahúres el interés público, qué queda en sus discursos de la sutil lógica, de las palabras precisas que la avalan, de su ilación implacable, de sus exigentes definiciones. Y concluyo: De poco vale esa lógica ante el devenir de los hechos, la lógica nunca desencadena finales. Cuando el final sobreviene, la lógica se limita a lo sumo a ponerle correcto y cabal colofón al discurso declarándolo contradictorio. Al poco tiempo y aupado por esa conclusión funeraria, el poder reaparece y teje con ella, que tanto entiende de sensateces, un nuevo amparo, una nueva red que reemplaza lo que la fuerza desatada ha sacudido y desmontado. En público el cambio se da por justo y bueno, pero en privado no tarda la lógica en aconsejar orden y también en declarar absurdas las razones que se han esgrimido para actuar en justicia.
jueves, 31 de enero de 2013
Por lógica nada cae, se sostiene
Nadie puede esperar que la lógica, por fulminante que sea el discurso, por poderoso que sea el tribunal, acabe con las redes de connivencia tejidas en torno a quien más manda, redes destinadas a mantener a flote todo el tinglado legal que le sostiene. La intuición de que esa red está en el aire para recoger en su provecho, de que no hay fundamento sólido que ampare lo que es de todos, servirá como corazonada no como argumento, por lo que sólo queda zarandearla para comprobar qué queda ahí de lo nuestro. Cuesta creer que haya en los códigos legales recovecos suficientes como para acoger a ejércitos enteros de intérpretes del jurismo y aún más que estos dediquen noches y noches a buscar en los extensos articulados razones jurídicas que vistan con rigor lógico lo insoportable. Nadie se extraña ya de oírlos revolotear a su alrededor, pero atacados de buena fe nos resistimos a suponer que somos simple carnaza democrática, presta a satisfacer el apetito insaciable de estas alimañas. Pese a todo, creemos en el peso de la ley, en la coherencia del sistema, en su lógica institucional, porque se nos ha declarado sus valedores, siempre con nuestro voto en la mano. Pero la ingenuidad parece haber tocado techo, y a nadie se le ocurre ya salir a la calle para gritar «¡que alguien nos defienda!». Seguro que ese «alguien» contaría con nuestro apoyo, que la razón justiciera le asistiría, sí claro, pero ¿dónde está? ¿dónde se ha metido? Cuando contemplo el panorama, copado por esa estúpida y teatral batalla entre quienes apuñalan en público la verdad y quienes se escandalizan mientras la entierran, me pregunto qué papel puede jugar en esa trifulca de tahúres el interés público, qué queda en sus discursos de la sutil lógica, de las palabras precisas que la avalan, de su ilación implacable, de sus exigentes definiciones. Y concluyo: De poco vale esa lógica ante el devenir de los hechos, la lógica nunca desencadena finales. Cuando el final sobreviene, la lógica se limita a lo sumo a ponerle correcto y cabal colofón al discurso declarándolo contradictorio. Al poco tiempo y aupado por esa conclusión funeraria, el poder reaparece y teje con ella, que tanto entiende de sensateces, un nuevo amparo, una nueva red que reemplaza lo que la fuerza desatada ha sacudido y desmontado. En público el cambio se da por justo y bueno, pero en privado no tarda la lógica en aconsejar orden y también en declarar absurdas las razones que se han esgrimido para actuar en justicia.
miércoles, 30 de enero de 2013
Arqueología personal
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Ojo de Horus y cuantiemas egipcios |
martes, 29 de enero de 2013
Me llevo la culpa
El autor decidió rediseñar, que no desteñir, el drama. Empleando la versión anterior como si se tratara de un incidente previo, añadió tres personajes: Uno algo falso, que asumía públicamente como un chivo bendito toda la culpa; otro más real, que fantaseaba con tenerla para expiar sus muchos errores y verse virtualmente renacer; y por último, uno que zanjaba por lo criminal esos devaneos y limpiamente, aunque jugando de mano, los eliminaba como competidores y la conseguía íntegra.
lunes, 28 de enero de 2013
Pesada licencia
Seguramente el castigo que infligimos haciendo memoria no consiste tanto en mostrar a los jóvenes con pelos, señales y ese funesto punto de fantasía benévola cómo éramos a su edad —con lo que ya irían bien servidos y tendrían motivos para encerrarnos— como en hacerles creer que ellos serán a no tardar tan cargantes como nosotros, empujándoles a abandonar toda esperanza evolutiva.
domingo, 27 de enero de 2013
Subir a respirar
El pueblo de Zenborain se alza al final de una alargada loma que parte hacia el sur desde los montes que circundan Aranguren y desciende lentamente hasta los verdes trigales del valle de Unziti. De los dos barrancos que según subimos van quedando a cada lado, nuestra ruta se decanta por el que trae las aguas del río Alondo. Supongo que en otras épocas el caudal que baja del monte en estas regatas escasea, pero hoy desde luego no falta. Para entender esta avenida extraordinaria no hay más que ver cómo la nieve cubre la parte más alta de la cabecera. No tardaremos en pisar esa nieve, si bien antes cruzamos un largo tramo en que los deshielos han inundado el camino creando un ancho torrente. Curiosamente, a su lado el cauce natural se ha acabado convirtiendo en una cadena de pozas donde las aguas han ido quedando estancadas entre las zarzas y el abundante ramaje caído de la hilera de álamos que lo flanquea.
El paisaje es algo áspero. Sobreviven en la ladera derecha chaparros y quejigos de escaso porte. Forman un bosque tupido donde los árboles se confunden con el matorral, bojes sobre todo, creando un muro vegetal prácticamente impenetrable. Por el otro lado crecen los monótonos pinos de repoblación, más bien escuálidos, sin mucho vigor y muy tocados además por la plaga de procesionaria. A sus pies se entrevé un sotobosque sucio y bastante oscuro. De modo que el camino, por muy anegado que esté en toda este área del barranco, parece la única vía realmente expedita hacia el objetivo en la parte más alta. El ambiente invernal, con un día nuboso y amenazante, acentúa aún más los tonos sombríos. Está el marrón por el lado de los chaparros cuyo follaje seco aún sigue en parte pegado a las ramas, y el verde grisáceo, si se mira a esos pinares tristes y alineados que pueblan la ladera contraria. Sólo la nieve, cada vez más abundante conforme subimos, lleva al fondo del barranco cierto resplandor. El contraste entre el blanco níveo y la oscura vegetación que emerge al azar resulta hasta violento. Lejos de aquí, en otros lugares más abiertos, la nieve tiene un efecto calmante y nos devuelve una estampa amable cubriendo ese mundo invisible que duerme su silencioso sueño. Aquí, sin embargo, la sensación que uno tiene es más bien de naufragio, con el medroso bosque haciéndose ver ante nosotros como si aguantara a duras penas a flote rodeado por ese manto helador. Todo contribuye a entenebrecer el cuadro: no se observan grandes signos de vida, si acaso algún pájaro solitario y la estela no muy reciente de un jabalí.
No llega a llover, pero la marcha marcando huella sobre la nieve se llega a hacer penosa. Pronto alcanzamos la divisoria de aguas en el portillo y allí topamos de frente con el camino que sube desde Gongora. A un lado un vetusto mojón marca la muga entre los dos valles. A pesar de que se puede bajar hacia Pamplona, no creo que fuera éste un paso muy frecuentado, teniendo en cuenta que la montaña ofrece un collado mucho más franco un poco más al oeste, a la altura de Andrikain. Por lo que se adivina echando una ojeada por donde llega el camino, esta ladera parece bastante más frondosa. Se ven hayas, algo normal al tratarse de una vertiente que encara al norte. Ahí han estado siempre, dando su nombre, Pagadi (hayedo), al propio monte. Recuperamos el aliento y nuestra intención de partida, y siguiendo próximos a la cresta divisoria por la ladera sur tenemos la fortuna de encontrar huellas de anteriores paseantes que nos llevan cómodamente hacia nuestro objetivo. El arbolado empieza a ser ralo, sólo en las cercanías del punto más alto los robles empiezan a despuntar por su altura entre la maraña del bojedal. La senda, muy pisada, se abre paso por vericuetos sin afrontar grandes desniveles hasta dar con el punto culminante, en el que un montón de piedras sirven de hito para hacer la cima reconocible. Nos encontramos frente a un recoleto rincón abierto entre los arbustos. Más allá de ese túmulo, aquí nada nos distrae, es como encontrar refugio y excusa para sacudirnos pesares y angustias al aire libre, ese aire que mece y hace crujir los robles de la cumbre. No hay vistas pasmosas a los valles, simplemente más arriba ya no queda nada, sólo ese aire soberano. Durante un buen rato lo respiramos honda y libremente, con la sensación de que nos ensancha el ánimo, de que nos vivifica.
sábado, 26 de enero de 2013
La ganga de la temporada
La siguiente generación de jóvenes ya está en venta, hay futuro. Y amplia oferta. De momento su precio no es exagerado, pero aun así siguen teniendo precio. Como todo, como siempre. Su futuro, pudiendo comprarlo, siempre será nuestro.
Turbio episodio
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Core-LB1, Peter Bennett, de la exposición Magnitude 7.7, tomado de www.manifestgallery.org |
viernes, 25 de enero de 2013
Paradojas políticas 1
La idea de raza no se sostiene, menos en Estados Unidos, que es una democracia —racial o multirracial, según se mire.
jueves, 24 de enero de 2013
Tiempo de vivir
Mal se puede hablar del tiempo como vivencia —y menos liberadora del presente— si del modo de vivir poco sabemos decir. Vivir sin método concreto, sin hoja de ruta, sin conocimiento preciso, sin guía ni raíles, sin proyecto definido, sin razón clara, sin plazo fijo, sin preparación alguna, sin manual de uso, es vivir frente a lo que salta, o sea vivir como lo hacemos todos: en temible soledad e íntimo desconcierto. Contemplarnos ahí, en medio del tiempo remansado, entre pasado y futuro, no consigue realmente aliviarnos de semejante zozobra, más bien nos instala en nuestra tragedia.
miércoles, 23 de enero de 2013
Vivir del sueño
Cuando se alaba al soñador por su intuición de un nuevo y brillante universo, este acaba poniendo un comercio de estrellas.
Idea de más
Oyéndole hablar pronto comprendí que reducir su boca no reduciría el problema.
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mínima
martes, 22 de enero de 2013
Sabedores y sabios
Creo que fue Peter Handke quien dejó el siguiente aviso a alguno que se las daba de maestro: «No me importunes con tu saber, yo no he dicho que quisiera ser tu alumno». Como un maleficiario más de lecciones inoportunas, yo también he soportado sesiones en las que, dándoseme por ignorante, se me anunciaban deslumbrantes despertares. Hacer valer la fe en esas circunstancias, o sea metiendo a la sabiduría de por medio, es un truco torpe y estúpido que a la larga te hace resistente a los aprendizajes. De todos esos intentos, además de la desconfianza, te quedan vagas recetas, compradas a precio de saberes. Saberes frecuentemente malvenidos y adulterados por el protocolo jerárquico que a título de educación suele imponer la casta, casi siempre pertinaz y molesta, de los sabedores. Pero no es eso, afortunadamente, lo único que nos queda. Aunque nada se aprenda, frecuentar la enseñanza aviva una intuición con cuya ayuda pronto distinguimos entre quien es sabedor y quien es sencillamente sabio, una diferencia que acaba por convertirse en el saber más preciado y efectivo.
lunes, 21 de enero de 2013
Inteligencia dominada
Imagínate que te declaran uno de los seres más inteligentes del planeta. Seguramente pronto sentirás que te domina la penosa sensación de que lo arrastras, como el presidiario su bola de hierro.
¿Cómo fue? Como fui
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Reconstrucción de la ciudad de Troya en 1500 aNE, Fuente: ARQUEO, nº 8. RBA Revistas, Barcelona 2.002 |
domingo, 20 de enero de 2013
Llega Mega
Si es verdad que este hombre quiere vendernos algo, con semejante puesta en escena, a ver quién sabe qué es. Pero dejando esta cuestión aparte, no hay más que echar una ojeada a la foto para comprobar que se busca un mensaje contundente, fumigando aires de embrujo, como de autoridad imbatible, con el fin de subrayar la presencia de un auténtico líder. Ver nacer una estrella es un momento siempre emocionante, mucho más que ver nacer una simple empresa. Convertir la vida en una empresa es una opción personal, que empieza con un acto de fe, que necesita ser compartida para ser comercialmente visible. No es, pues, de extrañar que ese encuadre, iluminado desde el fondo por la voluntad de poder, evoque las liturgias paganas de culto personal impuestas por los regímenes autoritarios. La vista no consigue hacerlo todo, falta evidentemente algún refrito épico-musical, el cegador juego de luces pirotécnicas y por encima de todo la entrada en escena de los figurantes. Pero, a pesar de todo, con lo que nos llega en el escueto fotograma tenemos más que suficiente.
Yendo de arriba a abajo, destaca la buscada coincidencia entre el MEGA del rótulo y el apantallado y descomunal busto de Kim Dotcom, coincidencia repetida un poco más abajo con el mismo nombre y el mismo hombre, pero a una escala más cercana, humana y natural. Si habla, lo hará por partida doble, como uno más abajo y como lo más arriba, para que el mensaje cale bien hondo. En realidad la propuesta quiere ser tan evidente que la mayoría la tenemos por vista, por escasamente original. Esa insistencia estratégica por aunar héroe y marca como santo y seña del producto en promoción, nos lleva directamente a evaluar, sin demasiadas ironías, la megalomanía del sujeto. Si continuamos el descenso, veremos aún mejor el esfuerzo de aproximación ensayado. A qué viene si no la sobreimpresión originada en esa olímpica y nebulosa pantalla de fondo, donde pasa a asomarse el recio busto del genio recortado sobre un brillante horizonte, imagen que se materializa finalmente en esa mesa unipresidencial, firme pedestal del egregio emprendedor. Desde el cielo se hace llegar al hombre ante nosotros y desde ahí, desde donde pone MEGA, nos ofrece su confianza y sus servicios, por un módico precio. Francamente, habiendo confianza, las palabras en este contrato sobran.
Luego se abre paso con descaro la publicidad, formando cartel con seis rollizas y aguerridas mozas. Su misión no parece otra que afianzar la imagen de marca, sembrando a partes iguales seducción y respeto, avivando hacia el producto un afán posesivo al tiempo que se celebra el afán luchador de su promotor. El no es Hércules, desde luego, pero ellas distan mucho de parecer un colegio de sacerdotisas inabordables. Hay en su ademán un gesto fiero, que a unos parecerá de lealtad y a otros puro oficio. Con todas las reservas que se quieran, tienen la arrogancia propia de una guardia de corps, cabiendo aquí no obstante la duda de si bastarán seis para guardar semejante corps. Para la parte contratante debe ser tranquilizador verse arropada por esa muralla disuasoria de cuerpos bien entrenados y marciales, con el uniforme verde ciruela y la boina color berenjena, con los brazos metidos en jarras, alzadas sobre puntiagudos tacones y mostrando de muslo para abajo una soberbia musculatura. Quizá se equivoquen quienes las vean como torneados balaustres de una monumental balconada a la que el supremo jefe se asoma al acabar la tarde. Equivocados o no, ¿sabemos por fin qué era lo que éste vendía?
Siete espíritus. Serie B
Un espíritu seco es como un palo, el instrumento ideal para sacudir. Un espíritu frío es como un cuchillo, un arma discreta y letal. Un espíritu oscuro es como una tenaza, dispuesta a cerrar su dominio. Un espíritu acechante es como una red, la mano invisible del cazador. Un espíritu dañado es como un resorte, esperando soltar su único disparo. Un espíritu mudo es como un gancho, donde cuelga su cabeza de trofeo. Un espíritu muerto es como una piedra, una vida fósil aprisionada entre recuerdos.
sábado, 19 de enero de 2013
Árboles curiosos
Años he tardado en enterarme de que hasta la ventana de mi despacho llega y por ella se asoma una intrigada parrotia persica. Es lo que tiene la universidad que, a fuerza de plantar y hacer crecer el ramaje, todo en su seno se acaba sabiendo.
viernes, 18 de enero de 2013
Timbales y clarines
Tiene la trompeta dos versiones, la básica sin sordina y la trompeta con sordina. Cuántas veces yo quisiera, metido a explotar mi veta musical, que el toque me saliera espontáneo y a la vez leve y bien templado, con sordina, y sin embargo, resuena estridente como un cornetín de órdenes tocando a botasilla, o parece una de esas fanfarrias retóricas, de las que sonaban en el patíbulo a la llegada del verdugo. Ya se ve que de mi veta arranca más bien ese empeño trastornado, que propende con facilidad al grito, a congregar tropa, a pedir cuentas sin demasiada música. Ser sincero, hablar de corazón, seguir su ritmo pausado, poner cierta melodía en las declaraciones alejándolas de la farsa requiere sordina, pero si en cuanto hablamos nos extraviamos por el bosque de las grandes palabras, cualquier verdad, aunque sea una confidencia íntima, acaba surgiendo distorsionada, teatral, hueca. Tan alto hago sonar la trompeta que las ideas se me alborotan y me retumban dentro como en una caja vacía. Y así es como aparecen los timbales, que aún faltaban, para acompañar a mi clarín en su chirriante tesitura.
miércoles, 16 de enero de 2013
Confuciana
Confucio nunca dijo: A poco que sepa, el sabio sabe que sus consejos van para otros, que quien los procura sólo sirve de destartalado banco de pruebas.
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