miércoles, 2 de noviembre de 2011

No es mi problema


Los problemas ajenos no son para mí realmente problemas, al menos no son problemas reales. Por decirlo de otro modo, no son mi problema. Vivo en una realidad en que los problemas son otra cosa; en realidad vivo en otra realidad y en ella esos problemas ajenos ni existen. Me piden que comparta la pesada carga que otros sobrellevan, pero ¿cómo puedo ayudar a solucionar problemas que ni siquiera reconozco?. Yo me fijo en lo real y lo único que me parece real es que cada uno vive su propia problemática. En ella trata de encontrar su propia salida, una salida que no vale para nada si nos mete en problemáticas ajenas. Por la solución de cada uno de los problemas reales que me surgen yo pago. Pago a alguien que me ayuda, porque entiendo que su ayuda bien merece recompensa. Haciendo efectivo mi apoyo creo que le alivio en parecida medida al alivio que me procura. De este modo se mantiene un equilibrio de cargas sin que por ello su problemática y la mía se confundan. Los honorarios tienen la ventaja de liberarme, a cambio de su consejo, de cualquier obligación de resolver sus problemas. He declarado de antemano que no estoy capacitado para ello, que realmente no los entiendo, así que difícilmente podría a mi vez cobrarle nada. Y si seguimos llevando estos intercambios a un mercado de favores recibidos y concedidos, nunca saldremos de esas conductas en las que la corrupción crece imparable. Digámoslo ya, los problemas existen realmente en tanto en cuanto tienen dimensiones económicamente evaluables, porque sólo así se consigue apreciar su gravedad y significación. En este sentido, es decir presentando mis facturas como muestra, yo sí puedo afirmar que, para mi desgracia y sin asomo de duda, tengo muy reales y gravosos problemas. Los demás exhiben, como es natural, sus aflicciones, pero saben que nadie hará de ellas un problema y que no habiendo problema ni beneficio en el reconocimiento de sus penas nadie se molestará en abordar y en resolver gratis ese apuro personal. Lo universal debe concitar el acuerdo general y un problema sólo llega a ser universal cuando el mercado solidariamente lo reconoce y lo valora frente a sensaciones que no pasan de confusas o penosas. Cada problema auténtico representa de algún modo un capital potencial, una fuente de negocio que el avisado emprendedor nunca menospreciará. Lo que resulta absurdo es pedir a este animoso asistente que se detenga ante problemas que no tienen ni valor ni sentido específicos, problemas que rehúyen su formulación y escapan hacia terrenos particulares, a los que nadie por pudor y sobre todo por respeto a la intimidad debería acudir. Es tremendo, pero es lo habitual que nadie se tome en serio este asunto del respeto. Por eso es tan frecuente que gente atacada de buena voluntad invada la realidad ajena con la intención de poner orden, 'su' orden, en ella. Yo diría que no hay problema alguno que justifique semejante invasión de lo privado. Y añadiría incluso que el único resultado final de esta maniobra solidaria es el menosprecio, o sea la pérdida de valor reconocido, del problema que quizá el prójimo pudiera tener. Siendo esto ya de por sí grave, lo es áun más cuando lo unimos al riesgo cierto de contagio que estas acciones altruistas promueven. De hecho es fácil detectar ese contagio en quienes comparten con otros esas aflicciones, porque pronto en ellos se desencadenan desequilibrios emocionales que los profesionales médicos conocen bien, auténticos problemas que al hacerse visibles exigen costoso tratamiento. Son situaciones que deben ser vigiladas, toda vez que en estos contactos es donde surgen problemas cuya erradicación posterior es más complicada. Como normas de comportamiento, digamos higiénicas, sigo creyendo en aquellas que mantienen bien sellado el ámbito de la problemática personal. Al identificar sin ningún criterio valorativo como problemas reales lo que normalmente sólo es fruto de una deficiente adaptación al medio en que se vive o de un malestar pasajero generado por exposición a la promiscuidad sentimental, creamos en nombre de la solidaridad un circuito de promoción gratuita a los problemas. Quien crea en los problemas universales, que vaya haciendo cuentas y evaluando lo que significaría mantener a raya una problemática generalizada, indiscriminada y perpetuamente desbordada por la búsqueda de nuevas sensaciones. A los que que no creemos, lo dicho: el problema ajeno no debe de ser nuestro problema, por lo menos mientras podamos pagarnos soluciones.

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