domingo, 13 de noviembre de 2011

Marca de origen


Dos años antes de que la caída de Lehman Brothers desencadenara la actual crisis económica, se publicaba una interesante obra sobre el perfil psicológico de los empleados e intendentes de las grandes empresas. La firmaban Paul Babiak, psicólogo especializado en el mundo corporativo, y Robert Hare, creador de medios para el diagnóstico de psicopatías, y fue presentada con el elocuente título de Snakes in Suits: When Psychopaths Go to Work. Lo primero que uno puede preguntarse, más allá del campo de pruebas escogido para su estudio, es de qué tipo de psicopatología estamos hablando, o bien qué tendencia psicológica nociva se manifiesta más o menos abiertamente en ese colectivo. Los propios autores describen al psicópata como alguien incapaz de empatía, culpabilidad o lealtad a nadie salvo a sí mismo. Partiendo de ahí no es difícil de comprender que ese daño psicológico, y también moral, esté en ambientes empresariales y financieros tan extendido. Como no estoy en condiciones de hacer una disección rigurosa de las filosofías que rigen en el mundo de las grandes corporaciones, me conformaré con subrayar el contraste existente entre su premio a las ejecutorias más decididamente individuales y sus engañosas prédicas sobre el valor del esfuerzo colectivo, que deja ver la considerable distancia que media entre esa publicitada promoción de entornos de trabajo en equipo y el suculento premio en bonus y participaciones para quien toma impertérrito decisiones de fatales consecuencias sociales. Nada como esa distancia muestra el áspero recorrido que separa al recién llegado a la corporación de su ansiado éxito, de ese cielo en que ve desenvolverse a los altos ejecutivos. Mirándose en ese espejo pronto comprende el aprendiz que no serán las plumas las que le hagan volar, tampoco su audacia o su asunción del riesgo, que lo más importante es mantenerse estable y ajeno a cualquier conmoción sentimental. Evidentemente esto concede franca ventaja a quienes sin demasiado espíritu de equipo son capaces de situarse por encima de sus emociones y logran de ese modo avanzar por delante de sus compañeros. Podemos hablar en estos casos de procesos de individuación ética aguda, en los que el interesado se va aliviando de las cargantes convenciones morales heredadas de la vieja cultura social. Si uno se pregunta qué es realmente lo que se premia destacando a los más impasibles, puede que llegue al convencimiento de que se premia un modo de actuación decididamente antisocial. Si a esto añadimos la fluidez propiciada en los cambios sociales por la crisis, veremos premiar la rápida adaptación a medios hostiles y una actuación personal cada vez más incisiva e insensible hacia los efectos de su acción. Al final de este proceso,entre los criterios darwinianos y el régimen de premios en juego podemos sospechar que muchos de los que encabezan el grupo y toman las decisiones críticas, están caracterizados por su falta de empatía, culpabilidad y lealtad, en definitiva que están marcados por tendencias psicopáticas. Sería absurdo imaginar que esta tendencia define en ellos un patrón único, del mismo modo que sería inútil desvincularlos de otros de su misma condición, apelando a los beneficios que sus servicios producen en un restringido grupo social, porque las consecuencias de sus desafecciones sólo dependen realmente de su extracción social. Como señalan los autores con demoledora lógica, al nacido en una familia pobre esa tendencia psicopática lo llevará probablemente a prisión mientras que al nacido en una familia rica lo llevará a una escuela de negocios. Dejar en manos de quienes no creen más que en su propio interés los intereses de todos los demás, sin que medie ningún instrumento regulador que penalice su tendencia especulativa frente a lo productivo, es convertir la economía en un juego peligroso y la sociedad en un foco de resentimiento.

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