martes, 8 de noviembre de 2011

Libertad y deseo


El que es libre rara vez encuentra lo que desea, aunque a fuerza de buscarlo con insistencia crea confirmada su existencia. A medida que esa persistente búsqueda lo lleva a nuevos espacios, va cosechando certezas entre las que comienza a distinguir con nitidez los vacíos que todo su deseo siembra. No hay descanso en su mirada, que aferrada a la lejanía, brujulea sin parar y anima ilusiones que jamás se concretan. No es de extrañar que su vista se canse. Donde un día creyó asentada su libertad, allá desde donde extendía su dominio hoy se instala la desconfianza y no hay objeto que no haya empezado a perder a sus ojos su antigua consistencia y firmeza. Todo a su alrededor se diluye necesitado y cómplice de una fe demasiado exigente y severa. Puede que lo que tuvo por suyo lo vea ahora disputado y borroso, puede que siendo todo tan dudoso flaquee su ánimo y que cercado por tanta incertidumbre hasta su libertad le parezca una quimera. Todo a su alrededor se aleja repentinamente extraño y lo abandona a su soledad. Puede que aquella libertad de explorar ya no sea más que un ejercicio gratuito y la realidad un sueño irrecuperable. Privado de esa libertad fugitiva, preso de esta realidad somnolienta, sólo su deseo resiste tenaz ante la visible ruina. Un deseo que ahora se deja acariciar, que se siente próximo, que se hace presente, actual, tangible, como esa llave con la que vive encerrado, porque sabe que gracias a ella cuando quiera volverá a ser libre.

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