lunes, 31 de octubre de 2011

Mirando a la Peña Blanca


Peña Blanca
Son parajes perdidos en las alturas, animados todavía por la presencia del ganado que incansable va recorriendo el terreno para dar con el pasto escondido entre las matas de brezo. Son estos brezales los que traen el otoño a estas verdes colinas y los que con sus notas ocres lo exhiben monte arriba trepando por las suaves laderas. Quedan en ellas algunos rincones y vaguadas donde aún resisten las hayas al abrigo de los vientos y tempestades que de continuo azotan los rasos, aunque más fácil es encontrarlas mirando a mediodía, al otro lado de las cercanas cumbres. Cercados por esa envolvente cadena, quedan aquí debajo los prados, adornados por solitarios espinos, abandonados frente al crudo norte a la espera de una suerte inevitable y severa. Es tiempo en que la llegada de borrascosos temporales, la entrada de las brumas y el creciente dominio de las sombras, hacen presagiar nieves próximas, nieves que cubrirán por completo este mundo risueño y que borrarán todo trazo del paisaje que aún hoy se dibuja. Sin pastores que los transiten, desaparecerán los tortuosos caminos, a su lado se congelarán las balsas y abrevaderos, y a falta de animales resurgirá en medio de esa desolación como único testigo la orgullosa Peña Blanca, gobernando desde la espesa niebla un último reducto de desnudos e inquebrantables roquedos.

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