viernes, 2 de diciembre de 2011

El programa de Twain


Mark Twain en una ilustración
de Life Magazine, agosto 1883
Un escritor se puede dar por consagrado cuando las citas extraídas de sus obras pasan a competir con las que se le atribuyen como próximas a su espíritu literario. La cosecha de estas últimas suele renovarse con motivo de algún aniversario, cuando la avidez de novedades empuja al plumilla de turno a honrar su memoria con palabras que el escritor nunca dijo, pero de las que alega sin recato le fueron dictadas directamente por su espíritu. Gracias a estos homenajes, el autor se va viendo rodeado de un aura literaria que acoge sin distinción, junto a sus obras genuinas, dichos y sentencias más o menos probables. No obstante, son muchas veces esas citas atribuidas las más certeras y memorables. Aun así, si permanecen fieles a su espíritu nadie las alejará del autor.

En el caso de Mark Twain, está bien reciente el aniversario de su nacimiento. Y como suele suceder, ese espíritu del que se le ha rodeado, unido a los testimonios y anécdotas publicados, han llevado al personaje Twain mucho más allá de donde el autor Twain llegó con sus textos. Con todo, no quisiera que pareciera que he llegado hasta aquí para regatearle mérito a su inquieto espíritu; todo lo contrario, quiero celebrarlo recordando uno de los dichos que se le atribuyen, sea o no sea suyo. Se trata de su recordada invitación a los jóvenes para que se lancen al viaje iniciático. Muchos han hecho de ella su divisa personal y con ella han alimentado toda una filosofía vital. Transcribo:

«Twenty years from now you will be more disappointed by the things that you didn't do than by the ones you did do. So throw off the bowlines. Sail away from the safe harbor. Catch the trade winds in your sails. Explore. Dream. Discover».

[Dentro de veinte años estarás más decepcionado por las cosas que no hiciste que por las que hiciste. Así que suelta amarras. Navega lejos del puerto seguro. Atrapa los favorables vientos en tus velas. Explora. Sueña. Descubre.]

De vuelta ya de esos veinte años, pienso si no debería hacer mi propio balance viajero, poniendo en claro todo lo que lamento no haber hecho tras verlos pasados. Sin darme por satisfecho, aún puedo decir que he explorado bastante, que algo he soñado y que a veces hasta he descubierto, de lo conveniente y de lo inconveniente. He pasado por tanto, con mejor o peor nota, el programa iniciático de Twain, aunque eso no me ha librado de nuevas decepciones. Ahora llegan porque el viaje parece agotarse, porque mal o bien todo parece estar ya hecho y seguramente porque necesito que recobre impulso. Tentado estoy de emplazarme a los próximos veinte años, aunque los propósitos ya no sean los mismos. No creo que al cabo de ellos me lamente por lo no hecho, más bien será por no haber cumplido con lo que debía de ser hecho. El guión apunta claramente a un viaje cuyos derroteros son bien distintos. De la libertad adquirida en aquel primero derivan ahora responsabilidades.

Con un norte tan marcado, los viajes al estilo trotamundos pasan a jugar un papel más evasivo que iniciático y actúan en todo caso como interruptores ocasionales de esas rígidas responsabilidades. Ese giro los desvía a los viajes de aquella su primera intención. Insistir en ella resulta como poco nostálgico. Poco puede tener de iniciático el turismo convencional, cuando poco tiene de exploración, de sueño o de descubrimiento. Eso no implica que el viaje sea imposible. Permanecen abiertas a estas tres opciones otras fórmulas, que no pueden concretarse en pasajes, quizá más ilusorias, pero igual de sugerentes. Pienso en los tortuosos viajes recorridos a través nuestra geografía mental y en los que imaginamos siguiendo los pasos de otros, pienso también en los que iniciamos desafiando nuestros enigmas y en los que nos conducen a esa cripta mental en la que se alimentan nuestros miedos, por no hablar de los más nuevos y prosaicos emprendidos navegando seguro a bordo del ordenador. Aunque algo desacreditadas por virtuales, las aventuras de este tipo siguen respondiendo a nuestro deseo imperecedero de explorar, de soñar y de descubrir. Y con ellas podemos cubrir en materia de viajes, tras el programa elemental enunciado por Twain, un nuevo grado de maestría. Cambia, como es notorio, la orientación curricular. A poco emancipado y libre que uno se sienta tras la anterior singladura, el único viaje posible que nos queda es el que nos ayuda a conocernos mejor. Los demás se quedan en simples desplazamientos para vernos desde mejor perspectiva, para recomponer nuestra imagen con nuevas posturas, o simplemente para estimularnos y aguantar mecha de camino hacia la nada.


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