domingo, 23 de octubre de 2011

Sabiduría revenida


Si además de severo y riguroso le echas años y le pones barbas, ya tienes un sabio. A pesar de lucir título, puede que nada te diga; más aún, puede que prefiera que nada sepas, no ya de lo que se supone que él sabe, sino de lo que tú quisieras saber. Contra lo que parece, no es su misión principal enseñar sino comprometer lo que hasta ahora creías saber. Su asistencia, en un principio paternal y siempre afable, se torna implacable al llegar a ese punto: tu compromiso. Te equivocas también si crees que va a remover tu conciencia a base de criticar lo que tienes por seguro y cierto. Quizá otros te atrayeran a su credo examinando una a una las contradicciones que en tu fuero encierras. Como para él sólo hay un credo, ese cambio, esa conversión no es un requisito previo. De lo que se trata es de comprometer tu voluntad para apartarla de la engañosa razón y alinearla con la regla. Con ese compromiso crear un estilo de vida es, según te cuenta, como poner tu pie en la escala que te llevará hasta la auténtica sabiduría. Sometido a ese aprendizaje, todas las cosas que un día creíste saber te parecerán restos de tu pasada ingenuidad y mantenerlas un gesto impropio, un signo de obcecación y soberbia. Lo que los hechos puedan decir de nosotros y de lo que nos rodea no debería ser objeto de especulación y de vanas polémicas, sólo puede ser correctamente percibido en régimen de obediencia. Con esa salvaguarda, asegura el venerable maestro, pronto encontrarás la clave del mundo en ti y no necesitarás que se te muestren las verdades en un catálogo o que las imagines a fuerza de mirar en un ilusorio espejo externo. El primer triunfo de la voluntad llega al asumir que las verdades siguen y seguirán en ti y que lanzarse frenéticamente a buscarlas no es más que un preocupante indicio de desequilibrio. Leerás en la guía: «Quien afirma su voluntad y se acoge a la regla se integra en la verdad y la reconoce de inmediato en su espíritu». Esa misma inquietud que hasta mí te ha traído, oirás del anciano, es la que habitualmente nos anima a contemplar el mundo. A poco que hayas aprendido, la ciencia te resultará inútil, porque a quien lo ve todo desde su sereno sensorio le sobran los múltiples enfoques, le irrita el colorido de las facetas y siente que su atención se desvía con cada nuevo punto de vista. Todo adquiere un sentido unitario a la luz de quien mira por ti, de quien te disciplina y educa. Ahí se detiene , es el momento en que posa su frágil mano sobre la frente del discípulo y probablemente continúe su discurso con la cesión de su testigo: Armado con la fuerza poderosa que emana de la eterna sabiduría, un día ejercerás tu férrea potestad sobre los ignorantes, sobre todas esas gentes que viven a su capricho, ajenas a la indiscutible verdad del saber más antiguo, del que perpetúa en la voluntad la firme intención de ascender, de ganar en la escala una condición nueva y superior. Esta declaración marca el final de su proclama y debes estar atento, porque en ese momento envolverá al novicio en sus venerables barbas, lo estrechará entre sus resecos brazos y como último gesto de jerarquía decidirá llamarle `Hijo mío’.


No hay comentarios: