miércoles, 27 de marzo de 2013

Supuestos


El que todo lo supone en vez de saber sabe que lo que supone nunca lo llegará a saber. O sea que realmente sólo puede suponer que él todo lo supone en vez de saber, por lo que nunca llegará a saber que lo ha supuesto, sólo supondrá que lo ha supuesto.

viernes, 22 de marzo de 2013

Más allá


Sobre la película Amour de Haneke se va escribiendo tanto que, aun sin mediar la fuerza plástica de las imágenes, que a buen seguro me dejarían por un tiempo tocado y trastornado, hay una cita que probablemente refleja con precisión el sentido en que evoluciona su argumento.

De forma casual el otro día volvía a Nietzsche, a su Más allá del bien y del mal, y localizaba el aforismo que, supongo, da pie al título de la obra. Lo que en él se dice es: «Lo que se hace por amor acontece siempre más allá del bien y del mal».


domingo, 17 de marzo de 2013

El vuelo en dos segundos



Algo se movía en aquel muro de oscura caliza que se alzaba sobre la corriente. El lugar, un estrecho paso del río junto al primer túnel en la Foz de Lumbier, es relativamente concurrido por los visitantes y el paredón bien visible, aunque el río lo haga inaccesible. Estaba allí en el primer roquedo gris, bordeando unas manchas de humedad que la lluvia había dejado en la roca. Subía a saltitos casi sin distinguirse del paredón gris, pero cuando abría las alas se veía todo ese plumaje blanquirrojo como si fuera una mariposa. Luego ha decidido volar hacia nuestra orilla y meterse en unas matas, abajo junto al agua, donde igual tenía el nido. No ha habido fotos, pero me conformo con haberlo visto. Sobre todo en ese último vuelo en que ha desplegado las alas con todo su colorido. Se llama treparriscos (Tichodroma muraria). No es raro de ver ahí, según dicen. Pero parece que por esta vertiente del Pirineo sólo hay unos cientos de parejas.

viernes, 15 de marzo de 2013

Prótesis argumentales


Nos estamos convirtiendo en una sociedad demasiado avezada en urdir hipótesis, que al fin y al cabo son gratuitas, y más bien remisa a la hora de concluir tesis, seguramente por el esfuerzo que requieren.

viernes, 1 de marzo de 2013

Lo que llega con el título


Como el mensaje viene ya apuntado y lanzado, para unos cobra su sentido, para otros se revela como un contrasentido y para la mayoría concederle título sólo es un sinsentido.

martes, 19 de febrero de 2013

Esperaba otra respuesta


Metido en las profundidades de la Patagonia andina, Bruce Chatwin pasa por Trevelin. Tras ser acogido en el Instituto Bahaí, nombre con el que los novicios persas que lo habitan se refieren a su apostólica misión en aquellos parajes, su guía espiritual, algo intrigado por el extraño rumbo del recién llegado, decide poner precio a su hospitalidad con una inquisitoria.
«—¿Qué religión profesa usted?—preguntó Alí—.¿Es cristiano?
—Esta mañana no profeso ninguna religión específica. Mi dios es el dios de los caminantes. Si caminas mucho, es probable que no necesites ningún otro dios.»
Aunque la respuesta de Chatwin dice mucho sobre su modo de entender el mundo y su vida, su interlocutor la entiende como una sospechosa evasiva, o mejor sería decir que ni la entiende ni la acepta. Así que continúa con un amago de ordalía, a base de machete y revólver, con la que intenta calibrar la animosidad y la peligrosidad del viajero. Finalmente, vista su insolvencia física y sus dudosas creencias, sin más se le abandona.

La anécdota ilustra recelos y actitudes bastante extendidas. En algún otro momento del viaje la pregunta se repite, pero aquí el criterio que impera es dar asilo sólo a los fieles creyentes. Como caminar sin rumbo fijo suele ser visto como un esfuerzo inútil, apenas se concede crédito al de religión errabunda. Y aunque se le deje explicarse, la lógica del clérigo pronto lo condenará. Si no es un hombre de fe, no es peregrino; si no es un peregrino, no está libre de sospecha; si su credo es sospechoso, mejor fuera del templo, a la intemperie.


lunes, 18 de febrero de 2013

Que yo me entere


Lo llaman momentos sartoriales pero sólo es una colección de disfraces.
Lo llaman magia crepuscular pero está a punto de caerse de viejo.
Lo llaman ministerio petrino pero es simplemente el oficio del Papa.

Lo llaman ceguera vocacional pero querría cobrar el sueldo pactado.
Lo llaman declaración de intenciones pero nunca se reseñan todas.
Lo llaman vínculos prioritarios pero hablamos de pernadas y abusos.

Lo llaman opinión asistida pero más parece reanimación boca a boca.
Lo llaman herramienta conversacional pero nadie sabe en qué hablan.
Lo llaman lavado onírico pero esa es la fase crítica en el presupuesto.

Lo llaman servidor plúrimo pero sólo es un amante programable.
Lo llaman espíritu cerval pero es lo que flota tras lo cornamental.
Lo llaman corazón mío pero él declara que nunca lo será.

domingo, 17 de febrero de 2013

Escena y cuadro


E. Degas, Répétition d'un ballet sur le scène (1874)
Musée d'Orsay, Paris
Una escena bien puede ser vista como una acumulación de sucesivos cuadros —no hay más que pensar en el cine— y será la intensidad creciente de algunos de sus matices, encarnados o no en personajes y diálogos, la que acabe dando forma y proponiéndose como argumento, aunque el argumento central sea siempre el mismo, el tiempo. Las dificultades para invertir este proceso, es decir para llevar un cuadro a escena, confirman la raíz temporal en que se sustenta esta última. La escena reinventa los elementos conjugados en el cuadro desde el momento en que los interpreta. No es fácil decir si el diálogo con que se trata de animar el cuadro responde a esa conjugación, si realmente muestra la clave de ese efecto suspendido. El equilibrio de factores gracias al cual se mantiene nuestra atención, y a veces nuestra devoción, por el cuadro suele ser demasiado frágil e inestable como para colarle una declaración, meterlo en un cruce de palabras o, peor aún, adornarlo con una broma. Tampoco un cuadro refleja exactamente un instante o un estado de cosas que pueda ser prolongado forzando su continuidad a través del pasado o del futuro. Las escenas gravitan sobre el lenguaje oral, mientras que un cuadro supone y entiende el lenguaje de cada uno de los objetos que incluye. El cuadro nunca puede ser concluyente, es un fenómeno proyectivo y como tal carece de final. El cuadro puede ser en todo caso convergente, pues en él concurren como en un cruce fortuito, y atraídos por la dúctil mano del artista, imágenes y figuras dueñas de lenguajes dispares, procedentes de mundos disjuntos.


viernes, 15 de febrero de 2013

Los recuerdos abusivos


Con el pánico siempre pasa lo mismo: parece arrastrarte hasta las puertas del más allá para luego abandonarte frente a las puertas de ti mismo. El abuso mental es más que evidente, porque el pánico no se limita a insinuar la muerte, sino que entierra su recuerdo en tu cuerpo. Es arduo revivir después, cuando ves que pese a intentar olvidar sólo te desvives.

jueves, 14 de febrero de 2013

Ida y vuelta



Como quien se apunta a un pasatiempo, he intentado hoy regresar al pasado y he viajado a aquella ciudad que durante algún tiempo me acogió y de la que puedo afirmar sin reservas que me hizo despertar del narcótico efecto del incienso, reconocer el mundo abierto hasta darle razonable medida y, si eso es posible de algún modo, me animó a vivir mi vida. Regresando a través del tiempo, estos viajes se convierten inevitablemente en fantasías, en visiones retóricas del pasado, en intentos de acomodar tu mirada actual al abrupto terreno de tu juventud. En el recuerdo todo aquello se contempla con condescendencia, desde los momentos difíciles, asumidos ahora como anécdotas divertidas, hasta los severos aprendizajes, que tan marcadas huellas dejaron y que hoy bendecimos como el camino correcto; la realidad a la que accedemos es, sin embargo, mucho menos amable. Ha pasado la friolera de cuarenta años. Era de suponer que un experimento como éste tan gratuito e ingenuo estaba condenado al fracaso de antemano y que no volvería de él con el regusto de lo revivido sino con un poso frustrante.

Lo que la memoria recogía hasta ayer como un escenario fascinante, donde mis aventuras consiguieron librarme en un período mágico de mis anteriores desventuras, ha pasado a ser un medio extraño, que sin llegar a hostil, apenas resulta reconocible. No es que haya encontrado la ciudad totalmente desfigurada, la trama urbana es más o menos la de entonces. Las calles que he recorrido, las del centro, no han cambiado demasiado, siguen siendo las mismas. Sus nombres familiares siguen acogiendo a los indolentes paseantes de siempre, pero los apresurados transeúntes, esos que cruzan las calles con un objetivo fijo, parecen haber aumentado. El trajín del tráfico confirma esa urgente actividad que absorbe buena parte de las energías urbanas. Desde las orillas del asfalto, que ya hace años sustituyó al viejo adoquín, echando la mirada hacia arriba se levantan los viejos edificios. En esa zona céntrica la mayoría se conserva, sin que eso sirva de aprecio a su calidad estética, que ayer como hoy es mediocre y en ciertos casos infame. Algunos de ellos, no los peores, han caído bajo la piqueta para verse sustituidos por soluciones novedosas, pero de difícil encaje con su entorno. En esto esta ciudad, ávida de armonías imposibles, siempre fue audaz hasta el ridículo. Al resto de las edificaciones tampoco el tiempo les ha favorecido. Poca pátina ha venido cuatro décadas después a darles lustre.

A medida que te distancias del centro, no tardas en encontrar un ambiente más sosegado, de rutinas cotidianas, tirando a triste. Te sorprende encontrarlo en lo que fueron espacios bulliciosos y caldeados, frecuentes cauces para la animación, abiertos a encuentros multitudinarios y a fogosas declaraciones públicas. Las imágenes de los hechos que entonces te marcaron te acuden hoy nítidas a la cabeza, prácticamente te asaltan, mientras contemplas una alameda mustia y anodina, donde los viandantes parecen haberse despistado del curso de una historia que por un momento fue trepidante y que sigue siendo suya. Probablemente ninguno de los que pasan podría responder de lo que pasó en esas calles. Un velo se ha ido poco a poco tejiendo en torno a los lugares donde quedaron enganchados los recuerdos. Por mucho que miras no consigues encontrar aquel diminuto bar, aquellas escaleras del cine, aquella fuente en la plaza, aquella parada de autobús, aquella tranquila terraza, aquel rincón bajo los árboles que te servían de punto de cita. Algunos han quedado ocultos tras bingos y hamburgueserías, otros simplemente han desaparecido. Por un instante he tenido la impresión de contemplar un engrasado mecanismo y así, ante los fatigados edificios, veía a los coches circular impertérritos, a los tranvías silenciosos y a los ciudadanos amnésicos. Evidentemente la visión que cada uno consigue de lo que tiene ante sí la alimentan sus sentidos, pero esos juicios sobre vitalidades, climas y ambientes son deudores de su memoria. Mi memoria, alejada hace años de esa realidad urbana, pecó de juvenil entusiasmo y mantuvo a la ciudad casi intacta en un tiempo que ahora se antoja fugitivo. Una vez de vuelta a casa, no te afliges tanto por ese engaño en el que alegremente te recreabas como por haber arrastrado hasta tu gris refugio, y seguramente sacrificado a perpetuidad, el vivo colorido de aquellos días.


martes, 12 de febrero de 2013

Acabar en muñeco



En bandadas levantiscas se subleva impetuosa y exquisita, y te tiende luego su fina alfombra. Necesitas copos, muchos copos y repetidos, copiosos copos mejor que granizo, y de fondo una cortina tupida, sacudida a golpes por la ventisca. Y necesitas pasos, claro, donde definir lo tuyo a tenor de tus circunstancias, volátiles se supone. De huella fácil, te has dado el peor escenario para la fuga. ¿Detenerse entonces?, no cabe, ¿erigirse impasible en columna?, no necesitan de estilitas. Si has de labrar esa monótona crudeza, casi mejor que arrecie, que se cubra todo de nuevo, que la tierra desaparezca. Sodoma asomará esta vez heroica, frente a la glacial Gomorra, y en esta tormenta por esforzado y justo varón sus caminos se te entregarán. No, definitivamente no harás la estatua. Necesitas discernir los olvidados caminos que fueron del fuego, perseguirlos en ese terrible blanco cegador, necesitas verlo ceder al terco peso de la luz. ¿Dónde encontrarás tus pasos?, depende de dónde llegues, en esa medida siempre hay voluntad y empeño y más aún locura. Porque puedes hundirte, a ver si no, y sumirte en un agujero, como quien señala al vacío. Allí mismo te arrojarán medallas de mérito, marcándote como la sublime incógnita de esa arrugada página, tan maravillosa de ver, desde arriba, con sus tortuosas y cristalinas geografías. Les pasó a otros, vimos a Scott con su expedición entera y al taciturno Nube Blanca cuando enfermo se retiró definitivamente a las colinas. Demasiada obsesión la de querer abrirse hueco en el paisaje, demasiada osadía la de tomar por cándidos volúmenes los agrestes cerros y llanuras. Aún queda sitio para tu fuga, luminosa aquí como pocas, aunque en ese pálido escenario debas cargar tintas: «desapareció buscando su decisiva suerte en el más frío y resplandeciente de los desiertos»; y para rematar, «allá junto a la lúgubre sima de hielo, a modo de encendido homenaje, recordaban los meteoros con un desvaído muñeco lo que ya sólo era su tumba».

El inmutante


Cuando al final estás como al principio, normalmente no te regodeas en tu identidad inmutable, si te queda algo de sensibilidad, lamentas el tiempo perdido.

lunes, 11 de febrero de 2013

Sobre el virus entusiástico


El entusiasmo es un virus escurridizo e inaprensible. Por vía oral el contagio se ha confirmado como posible en atmósferas compartidas; por vía sexual ha encontrado también eficaces transmisores en los buenos humores, semen sobre todo, también lágrimas y saliva; por vía hereditaria, sin embargo, los casos siguen siendo raros. Se ha ensayado el virus como estimulante profiláctico frente a patologías depresivas, pero aún se desconocen todos sus principios activos. Se viene intentando simular sus complejos síntomas con toda clase de polvos, canutos, licores y pastillas y, aunque se disparan ciertos efectos gratificantes, los secundarios a tal punto desmerecen que, si inoculas estos virus sintéticos, no generas propiamente entusiasmo sino ilusiones apagadas por turbias pesadillas.

domingo, 10 de febrero de 2013

Cuando el calor es desgarro


El Anatsui, Old Cloth Series, 1993
No sé si tengo que presentar a El Anatsui o bastará simplemente con dejar que sea su mural el que hable. Sepa, sin embargo, quien lo ve, quien espera entrar en su secreto, que habla aquí en tono menor, porque es una obra que por sus dimensiones requiere espacio libre y obliga a respetar cierta perspectiva. No es que pierda carácter o que su magia se desvirtúe al ser llevada a otros formatos, como el que sirve aquí para su presentación, sino que a través de fotografías o de cualquier otro medio la experiencia varía, y estoy por afirmar que será menos intensa. Aun así me arriesgaré a seguir hablando de lo que veo en las fotos y no de lo que desearía ver al natural, tal y como lo entregó su creador.

Algún dato quizá sea útil, otros son inútiles por evidentes. ¿Hay que decir que el artista es africano? Añadiré algo más, de Ghana. Hijo de un tejedor de kentes tradicionales, eso puede ser más importante, y formado en instituciones artísticas europeas. Hablar del kente como un tapiz quizá no sea muy apropiado, teniendo en cuenta lo que eso trae inmediatamente a la mente del europeo. Las diferencias entre la idea común y la «solución» africana son manifiestas. Una vez colgados, esos tejidos de seda y algodón, vienen a describir también un mundo, pero un mundo sencillo, de dibujos geométricos e intrincados, libre de personajes y figuraciones, donde el juego formal de combinación y reiteración de motivos acaba subyugando con mayor eficacia que cualquier literatura adherida.

Las diversas obras que El Anatsui ha venido presentando con amplio reconocimiento no tienen fácil catalogación. Según los casos, pueden ser descritas como tapices, mosaicos, esculturas, o más simplemente como instalaciones artísticas. En ellas el telar original, el de sus ancestros, ha adquirido otras proporciones y los materiales empleados también se han diversificado. Muchas de las obras incorporan materiales de desecho como chapas, maderas, cerámica y plástico, engarzados en largas hileras, generalmente horizontales, con las que se crea cierta ilusión de continuidad, aunque a simple vista la trama las descubra como nuevas y distintas. La elección de mantener el hilo, pero tejiendo en bruto con materiales bastos, no parece que tenga pretensiones conceptuales. No creo que convengan aquí etiquetas como arte pobre, ecológico o reciclado. El uso del material está más que justificado por sus demostradas posibilidades formales. El resultado es casi siempre sorprendentemente armonioso, si bien alérgico a los cánones europeos con sus matices aterciopelados. Las piezas, los componentes, los átomos, subsisten ahí, son visibles, a veces como lo que fueron, un tapón o una lata, pero formando un conjunto nada ocasional y mostrando a través de sus pliegues y su estudiado encaje un deslumbrante y colorido volumen.

Aquí la creatividad no genera un argumento, una presencia homogénea, más bien parece estar gobernada por un principio reconstructivo. Pongámonos en el hipótesis de que el resultado de la acción creativa adquiere a nuestros ojos la condición de cuerpo artístico. Pues bien, de ser europeo ese cuerpo se presentaría cerrado y construido mediante claves ocultas, abierto a perpetua interpretación. No quiero dar a entender que, en abierta oposición, la obra de El Anatsui carezca de claves interpretativas. Al fin y al cabo estoy intentándolo. Sólo diré que con esa inspiración reconstructiva lo que se crea es un cuerpo de factura abierta. Aquí no caben esas pinceladas que sugieren una determinada intención o esos enfoques que remiten a la literatura o al mito, aquí todo parece más simple, es la ordenación y conjunción de los elementos lo que crea un estado de convicción, un cuerpo formal.

Veamos el caso del mural Old Cloth Series de 1993. El conjunto, verdaderamente fascinante, recuerda vagamente a un mosaico. No obstante, carece de toda obsesión estructural, pero sin que eso signifique desorden. Lo que hay es trama, ese elocuente reflejo del buen sentido que acompaña a la intuición en la artesanía. Vienen luego los materiales, combinados en ese mensaje cálido que se abre repentina y dramáticamente en un profundo desgarro. Las maderas cumplen su función, listadas y entonadas verticalmente, se incorporan en cuadritos desiguales al mosaico, que queda tachonado puntualmente por la irrupción del fondo oscuro. El trabajo sobre ese fondo marca el desarrollo del mural, en el que se desvela como el rastro de una potente llamarada, como una profunda cicatriz. La escorrentía de fuego parece haber devorado la madera y los restos de ese paso atroz penden como una oscura excrecencia. El detalle revela que hay piezas quemadas, que hay trazos grises de fondo, pero revela sobre todo una nueva geografía, magmática, como si el mural hubiera sido recorrido por un tortuoso río de lava. En torno a ese desgarro, en sus orillas, las piezas parecen resurgir, esta vez coloridas y tatuadas con símbolos. Caligrafiado en azules y rojos, todo un enigmático alfabeto renace en medio de ese curso arrasador. La devastación no puede destruirlo todo, quizá desordena nuestro cálido mundo, pero al final siempre cede paso a la palabra.


Detalle del mural anterior

sábado, 9 de febrero de 2013

Dotes de funcionario


Antes dejabas a un funcionario talludo abandonado a su suerte en una biblioteca frente a los estantes de libros y pasado un mes recogías en alguno de sus pupitres un poemario, una novela o un ensayo manuscrito con sus citas. Hoy los funcionarios aún escriben, pero han perdido gusto literario y la afición de entonces; la calidad siempre será discutible, pero ahora se conforman con dejar en la mesa del jefe de sección escuetos informes que ni valen ni pesan más que el huevo de una disciplinada gallina. El gobierno dice que su literatura ha ganado en vitaminas.

Las cuentas del bienaventurado


Seamos justos: Por cada día que uno realmente disfruta, son cuatro o más los que se rellenan de rutina y se ofrecen al mismo precio que el primero. En términos de felicidad estricta lo que ves, a quien ves, será siempre un espejismo y, si te lo llevas por lo que pide, una estafa.

viernes, 8 de febrero de 2013

Motores poéticos


Me encantan esos paseos estáticos, de pasos profundos y emolientes, llenos también de furiosa poesía, en que la hazaña final, la única verdaderamente elástica, es despegar del puñetero barro.

jueves, 7 de febrero de 2013

Atrapados en el pasmo



Por la prensa hemos sabido que ha llegado recientemente a nuestras librerías la inesperada obra Sin embargo no se mueve, de los irrespetables docentes Juan Carlos Gorostizaga y Milenko Bernadic. En ella sus autores tienen a bien, por justicia según entiendo, declararse adictos al geocentrismo, esa «visión cosmológica olvidada y apartada injustamente del saber» que coloca a la Tierra en el «baricentro cósmico». Saber y justicia, profundas palabras, lamentablemente comprometidas, debo deducir, por el cambio copernicano y la terca actitud de Galileo con su eppur si muove (y sin embargo se mueve). Continuando su línea argumental, tendríamos en el sabio toscano al ridículo campeón del heliocentrismo, doctrina que hubiera merecido mejor la suerte inversa, de haber mediado una acción más enérgica y expeditiva por parte de la Inquisición. Sorprendentemente, apenas cerrada la presentación de su alegato, nos llega de inmediato una primera conclusión: Mejor una cercana inquisición que una extraña ciencia, mejor una visión universal que una simple teoría.

No sé si hay que sorprenderse por que exista gente que se planta frente a la Sphaera mundi de Sacrobosco como definitivo logro astronómico. Mientras escribo, me vienen a la memoria los refinados desbarres protagonizados por los miembros de aquella «sinagoga de los iconoclastas», tan acertadamente retratada por J. R. Wilcock en su inolvidable novela homónima. Cojo el libro de la estantería y, repasando apresuradamente, encuentro lo que buscaba: el olvidado caso de Cyrus Teed, cuya cosmogonia geocéntrica, menos conocida ciertamente que la propuesta por nuestra pareja, guarda con ella cierto parangón. A diferencia del clásico geocentrismo extrovertido, al que regresan Gorostizaga y Bernadic, estamos con Teed ante uno rigurosamente introvertido, lo que supone que «la tierra es una esfera vacía, dentro de la cual está contenido el universo». Viviríamos, por tanto, sobre la superficie interna de la esfera con la vista en el infinito, que «no es otra cosa que el invisible centro de la esfera». Dejo al lector los restantes y no menos asombrosos detalles profusamente recogidos por Wilcock. Lo más curioso es que medio siglo después la novela parece seguir viva, un secreto metabolismo le permite vigilar la actualidad de la que extrae invenciones y de ese modo va incorporando los capítulos que aún le faltaban. Desde luego la pareja antes mencionada merecería por derecho propio un generoso capítulo en ella.

En su día, cuando entré de la mano de todos sus desvariados eruditos en aquel estrambótico templo del saber, me hice la misma pregunta que me hago ahora: ¿qué secreto magnetismo nos pone a merced de los iconoclastas? La clave no puede ser otra que el insoslayable atractivo del delirio, con ese punto embriagador que nos catapulta al mundo encantado que siempre creímos merecer. Más allá de su estado delirante, el iconoclasta suele exhibir pocas razones, pero aun así su discurso es fácil de contagiar, porque es presa de un ánimo tan fervoroso y positivo que siempre atrae público. Normalmente la gente va con el iconoclasta cuando sin vergüenza ni tutela blande el hacha a pecho descubierto frente a los intocables iconos. Sólo con ese gesto ya promete pelea y espectáculo, una lid a la vieja usanza, con los paladines arremetiendo contra lo oscuro.

En esas parecen estar nuestros autores, con los pies firmes en la Tierra, decididos a explicar el cosmos, pero convencidos de que no te puedes quedar en las leyes y los teoremas. El manejo algebraico, con su juego de símbolos, es un espectáculo, si acaso, para calígrafos pasmados. Los farragosos argumentos llevados al papel a la luz de las velas sólo pueden satisfacer a la desnortada tribu de los filósofos miopes y cejijuntos, llámense Newton o Bernouilli. De quedarse pasmados, estos iconoclastas prefieren hacerlo sentados en su trono terrenal y frente al solemne giróscopo del firmamento. Que nadie ose arrebatarles, llegada la noche, ese eterno espectáculo del Universo con infinitas estrellas acudiendo a su encuentro como obediente rebaño y saludando respetuosas con sus temblorosas luces. Para ellos si la arrogante ciencia no sabe ver ni explicar el modo en que la naturaleza se rinde al hombre, tampoco será capaz de entender el mundo que ellos contemplan. Arrogancia por arrogancia, su prédica aspira a dirimir esa funesta pugna entre ciencia y hombre, haciendo que sean sencillamente el buen sentido y la evidencia quienes con su fuerza decidan. En la obra editada ellos sólo desean considerarse ministros e intérpretes del esclarecedor poder que tienen los sentidos. Si, muy a su pesar, han tenido que sacar el hacha, ha sido para reconducir a la ambiciosa lógica con sus geometrías al ámbito del buen juicio y para dar justa y clara réplica a una ciencia cada día más hermética y oscura. Así se ven.


martes, 5 de febrero de 2013

Pruebas miópicas


Sobresalen no pocos miopes por su candor, por la desmedida fe con que apelan a su perspicacia y por la infantil insistencia en su profunda visión de las cosas. Viéndolo desde su punto de vista, de nada valen ante sus ojos los anteojos cuando disfrutan de sus brumosas imágenes con tan obcecada ilusión.

lunes, 4 de febrero de 2013

Por dejarlo escrito


Leen tu testimonio como si en él hicieras promesa de algún día conocerlos, mientras tanto te figuran en sus fantasías como un personaje propio y por eso te reclaman como compañero de viaje, y por eso te aborrecen cuando comprueban que hace mucho tiempo que partiste y que ya no estás ahí.

Este tiempo tan masturbado


En ocasiones ciertas ideas te llegan de manera lateral y fortuita, mientras miras distraídamente lo que va sucediendo. En esos casos ves de repente claramente, sin mediar ninguna señal ni apunte, lo que hasta entonces no habías visto. Leo de refilón el título de un artículo: «Pop culture's past is growing faster than its present» (S. Lee, The Guardian, 3/2/2013). Dejo a un lado la cultura pop, cuya suerte continuará sujeta a toda clase de conjeturas, y me quedo con el resto: «su pasado crece más rápido que su presente». Un chispazo lo desvela más sentenciero y en todo su valor. Temo que tomados en conjunto seamos hoy todos nosotros un sujeto más atinado que esa cultura pop, que ahí se habla de nuestro reciente pasado y que hay motivos para generalizar la primera constatación.

En su brevedad la sentencia refleja la actualidad probablemente mejor que la mayoría de los sesudos análisis incluidos en las páginas de la prensa. A diferencia de esos análisis, en los que se examina y se calibra la realidad con un número agotador de parámetros, la sentencia muestra directamente las ruinosas consecuencias de un pasado crecido y controlador. Sus palabras nos acusan de inmovilidad, pero dejan también patente el carácter depredador que tendrá cualquier pasado si no es dimensionado y asumido a tiempo. Ese tiempo sobredimensionado que gravita sobre la actualidad hasta detenerla como una foto fija del progreso está teniendo fatales consecuencias en los actores del presente. Los héroes del tiempo, los que crean futuro, languidecen en un tiempo mortecino, aprisionados por los plazos y las deudas del pasado. Convendría hacerles saber que ni son hijos de las deudas ni deben vivir a plazos.


domingo, 3 de febrero de 2013

Lo que sobrevuela



Hablando de la muerte y de sus augures se pregunta Séneca el rétor, el padre de Lucio Anneo, en una de sus suasorias «Cuántos dioses se agitan en torno a un solo hombre». La cita tiene su historia: proviene probablemente de una declamación de otro rétor, Arelio Fusco, preceptor de Ovidio. Pasados los siglos es llevada por Montaigne a su ensayo «De juzgar de la muerte del prójimo», de donde pasa a Pascal que la cita en uno de sus pensées, en el cual se limita a retomar una serie de sentencias clásicas utilizadas en sus ensayos por Montaigne. Esto por lo que hace a los orígenes de la cita. Mejor que vayamos al grano.

La versión latina ofrece esa concisión característica que tanta potencia y propiedad dan a dicha lengua. La sentencia anterior dice originalmente «Tot circa unum caput tumultuantes deos». En ella el sentido exacto de cada una de las palabras —el que tenía en tiempos de Séneca, quiero decir— forzosamente se me escapa. Aún así, leer «unum caput» nos hace imaginar, a partir del contexto, una cabeza más solitaria que única, una cabeza pensante, asediada y atormentada. Y lo que viene a continuación no sólo lo confirma sino que crea una imagen más inquietante, porque son tumultuantes deos quienes en torno a ella, seguramente de continuo, merodean. Cabe la posibilidad de que el «tumultuantes» latino no encaje exactamente con el actual «tumultuosos», que es la palabra que yo me imagino, pero puede también que su autor fuera más lejos y quisiera ensanchar su sentido, mirando hacia el futuro, justo donde hoy nos encontramos.

Para tratarse en ella de la muerte no es un interrogante precisamente reconfortante. Más bien hay algo en sus palabras que intimida: los opuestos, hombres y dioses, muestran aquí una cruda asimetría. Un solo dios ya reflejaría su poder frente al mortal en su capacidad de anularlo. Cuando la proporción se multiplica frente al uno, cuando esa pluralidad divina acosa además a ese uno solitario en su mismo núcleo, no estamos ante espíritus protectores sino ante acosadores. El asedio al que nos someten nuestros propios miedos sería su versión más reciente, la que rige desde que hemos aprendido sobre nuestro alter ego, desde que hemos aceptado el oscuro envés que dobla nuestra naturaleza. Antes habían sido simplemente las sombras, esas sombras que sembraban los sueños de amenazas, disfrazadas siempre como el otro, el que se avecina, el que amaga con crueles daños. Es verdad que estas eran silenciosas y que sólo llegaban a ser tumultuosas en medio de pesadillas. Tumultuosa compañía para nuestra desamparada cabeza fueron también durante algún tiempo las musas, unas más fieles que otras, pero no llegaban a acosarnos, casi siempre fueron generosas y generalmente animosas. No, no pueden ser musas cuando lo que nos rodea en pleno silencio es miedo y desamparo. Cuando eso sucede cobran sentido, y bien preciso, esos viejos y tumultuosos dioses de Séneca. Figuras despiadadas, nada misericordiosas, que sobrevuelan en espera de nuestro final como si libráramos con nuestro último suspiro alguna clave de la que ellas carecen, como si nos reclamaran esa libertad, ese minúsculo poder de de rechazarlas.




sábado, 2 de febrero de 2013

El besalomos


—Tenéis que acostumbraros a la mierda. Y a sacarle sabores, que se puede. Dentro de poco no habrá mucho más— dijo Mariano en su comparecencia pública mientras daba cumplida cuenta de un generoso bocadillo de lomo, ibérico faltaría más.

Al levantarse poco después uno de los presentes y señalar con el dedo, sin más pretensión que informarse de dónde había sacado la chacina, hubo en la sala rápidos movimientos del personal de salvaguarda. El resto del público, al eludirse toda respuesta sobre el origen del suculento bocado, se puso algo nervioso. Por prudencia elemental, se dijo, se cerraron entonces los accesos y el propio comensal fue rescatado y evacuado. Ya se iba en volandas, abrazando como una sagrada momia su companaje, cuando se volvió a ellos con gesto iluminado. A pesar de farfullar como era su costumbre, pero escupiendo a diestro y siniestro esta vez las miguitas, todos le pudimos entender:

—La información sobre mi escueta despensa la haré pública un día de estos, pero este bendito lomo no lo pienso compartir—. Y arrimando el morro al embutido lo besó con tierna unción.


viernes, 1 de febrero de 2013

Andante


Continuar al ritmo que nos permite nuestro aliento es el recurso más simple para vivir, y para sobrevivir. A veces no hay otra solución que mantenerse constante en ese ritmo e ir retomando paso a paso el camino que nos trae. Quien acepte esto no debería preguntarse qué clase de emoción puede despertar un tempo musical como el andante de las partituras, qué virtud hay en ese ritmo de sosegada andanza, de tránsito ligero, de animoso alivio. Sé que son muchos y variados los andantes, que podría ilustrar ese término con un sinfín de obras y que de optar por una, como la sonata a duo de Barrière, poniéndola como ejemplo, se me ocurrirán de inmediato contraejemplos de estilo bien dispar. Pero en esto, como en casi todo lo que escribo, será difícil que me aparte de lo que sólo es una opinión particular, la mía. Así que no pretendo generalizar si hablo de mis sensaciones, más en concreto de lo que el andante de Barrière me hace sentir. Lo escucho y es como si hubiera sido invitado a un incipiente paseo, caminando por una galería porticada donde se fueran alternando los sonidos con sus ecos. A medida que sigo paseando y ganando ritmo, la sonata se entretiene en un devaneo, como si se tratara de un juego, de una porfía entre dos. Si se atiende al diálogo de los violoncellos, con esos pasos levemente marcados por el arco, pronto se siente inmerso en una atmósfera de cómplice y sostenida continuidad. Al rato, cuando el equilibrio es patente y cierta serenidad se ha logrado, la inercia musical adquirida da paso a un modo propio de hacer camino real. Es un modo bien simple que consiste ante todo en seguir andando, en el que tan importante como darse respiro es encontrar momento para el suspiro. Si disfrutamos además de oído fino, desde la memoria el andante nos ayudará a sintonizar esas hondas vibraciones y a procurarnos con ellas aliento renovado.


Andante, Sonata nº 4 en Sol mayor,
del Livre IV de sonates pour violoncelle et la basse continue, Jean Barrière
Bruno Cocset et les Basses réunies

jueves, 31 de enero de 2013

Por lógica nada cae, se sostiene


Nadie puede esperar que la lógica, por fulminante que sea el discurso, por poderoso que sea el tribunal, acabe con las redes de connivencia tejidas en torno a quien más manda, redes destinadas a mantener a flote todo el tinglado legal que le sostiene. La intuición de que esa red está en el aire para recoger en su provecho, de que no hay fundamento sólido que ampare lo que es de todos, servirá como corazonada no como argumento, por lo que sólo queda zarandearla para comprobar qué queda ahí de lo nuestro. Cuesta creer que haya en los códigos legales recovecos suficientes como para acoger a ejércitos enteros de intérpretes del jurismo y aún más que estos dediquen noches y noches a buscar en los extensos articulados razones jurídicas que vistan con rigor lógico lo insoportable. Nadie se extraña ya de oírlos revolotear a su alrededor, pero atacados de buena fe nos resistimos a suponer que somos simple carnaza democrática, presta a satisfacer el apetito insaciable de estas alimañas. Pese a todo, creemos en el peso de la ley, en la coherencia del sistema, en su lógica institucional, porque se nos ha declarado sus valedores, siempre con nuestro voto en la mano. Pero la ingenuidad parece haber tocado techo, y a nadie se le ocurre ya salir a la calle para gritar «¡que alguien nos defienda!». Seguro que ese «alguien» contaría con nuestro apoyo, que la razón justiciera le asistiría, sí claro, pero ¿dónde está? ¿dónde se ha metido? Cuando contemplo el panorama, copado por esa estúpida y teatral batalla entre quienes apuñalan en público la verdad y quienes se escandalizan mientras la entierran, me pregunto qué papel puede jugar en esa trifulca de tahúres el interés público, qué queda en sus discursos de la sutil lógica, de las palabras precisas que la avalan, de su ilación implacable, de sus exigentes definiciones. Y concluyo: De poco vale esa lógica ante el devenir de los hechos, la lógica nunca desencadena finales. Cuando el final sobreviene, la lógica se limita a lo sumo a ponerle correcto y cabal colofón al discurso declarándolo contradictorio. Al poco tiempo y aupado por esa conclusión funeraria, el poder reaparece y teje con ella, que tanto entiende de sensateces, un nuevo amparo, una nueva red que reemplaza lo que la fuerza desatada ha sacudido y desmontado. En público el cambio se da por justo y bueno, pero en privado no tarda la lógica en aconsejar orden y también en declarar absurdas las razones que se han esgrimido para actuar en justicia.

miércoles, 30 de enero de 2013

Arqueología personal


Ojo de Horus y cuantiemas egipcios
Hay un tipo de distancia, no sé si llamarla intelectual, que se nos impone repentinamente como si mediara un abismo entre nosotros y lo que vemos a nuestro alcance en el escritorio, y no precisamente por el tiempo que lleva ahí, sino por la lejanía en que aparecen envueltos papeles que apenas si reconocemos, sobre materias que nos resultan completamente extrañas, difíciles de volver a asimilar. Casualmente me aparece hoy una carpeta y de su interior extraigo uno de esos papeles: es la página 35 de una inédita Historia de la Aritmética y la Algorítmica. A continuación leo el titular del apartado 2.3 donde me propongo muy seriamente tratar sobre el empleo algorítmico de cuantiemas, una suerte de fracciones unitarias usadas por los egipcios. El tema es como se ve antiguo, la parrafada bastante más cercana, quizá cinco años, aunque no quiero revolver demasiado no vaya a averiguar hasta qué punto lo olvidado se me aproxima. Ha surgido como llegan estas cosas, haciendo limpieza entre los papeles amontonados en la mesa, en uno de esos ataques organizativos con los que uno quiere aliviarse de todo el peso muerto, de todo ese material pendiente de revisión, de todas esas tareas aparcadas para ser un buen día retomadas. Y, mira por dónde, aquí están mis borradores, convertidos en curiosidades arqueológicas, rescatados en estratos pensativos de un tiempo pasado, pero lleno de historia, de mi historia en este caso. No puedo asegurar que no siga dando vueltas mi cabeza como una noria y que insospechadamente levante todo eso para ponerlo en circulación como agua de riego. No es desde luego mi objetivo inmediato, tampoco veo los campos sedientos de esos saberes a decir verdad. Me reconozco en esas páginas, cómo no, pero hay otras obsesiones que me insisten urgentes, que reclaman asistencia. Desgraciadamente, si aquel primer abismo me aleja de temas como el de los algoritmos egipcios, no es menor el abismo que me separa del mundo real donde mi única asistencia parece siempre impertinente manía consejera. Lo peor es que, a diferencia del primer abismo, con este tengo la creciente sospecha de que con el paso del tiempo se ahonda y de que mi renuncia a todo aquello quizá haya sido inútil.

martes, 29 de enero de 2013

Me llevo la culpa


El autor decidió rediseñar, que no desteñir, el drama. Empleando la versión anterior como si se tratara de un incidente previo, añadió tres personajes: Uno algo falso, que asumía públicamente como un chivo bendito toda la culpa; otro más real, que fantaseaba con tenerla para expiar sus muchos errores y verse virtualmente renacer; y por último, uno que zanjaba por lo criminal esos devaneos y limpiamente, aunque jugando de mano, los eliminaba como competidores y la conseguía íntegra.

lunes, 28 de enero de 2013

Pesada licencia


Seguramente el castigo que infligimos haciendo memoria no consiste tanto en mostrar a los jóvenes con pelos, señales y ese funesto punto de fantasía benévola cómo éramos a su edad —con lo que ya irían bien servidos y tendrían motivos para encerrarnos— como en hacerles creer que ellos serán a no tardar tan cargantes como nosotros, empujándoles a abandonar toda esperanza evolutiva.

domingo, 27 de enero de 2013

Subir a respirar


El pueblo de Zenborain se alza al final de una alargada loma que parte hacia el sur desde los montes que circundan Aranguren y desciende lentamente hasta los verdes trigales del valle de Unziti. De los dos barrancos que según subimos van quedando a cada lado, nuestra ruta se decanta por el que trae las aguas del río Alondo. Supongo que en otras épocas el caudal que baja del monte en estas regatas escasea, pero hoy desde luego no falta. Para entender esta avenida extraordinaria no hay más que ver cómo la nieve cubre la parte más alta de la cabecera. No tardaremos en pisar esa nieve, si bien antes cruzamos un largo tramo en que los deshielos han inundado el camino creando un ancho torrente. Curiosamente, a su lado el cauce natural se ha acabado convirtiendo en una cadena de pozas donde las aguas han ido quedando estancadas entre las zarzas y el abundante ramaje caído de la hilera de álamos que lo flanquea.

El paisaje es algo áspero. Sobreviven en la ladera derecha chaparros y quejigos de escaso porte. Forman un bosque tupido donde los árboles se confunden con el matorral, bojes sobre todo, creando un muro vegetal prácticamente impenetrable. Por el otro lado crecen los monótonos pinos de repoblación, más bien escuálidos, sin mucho vigor y muy tocados además por la plaga de procesionaria. A sus pies se entrevé un sotobosque sucio y bastante oscuro. De modo que el camino, por muy anegado que esté en toda este área del barranco, parece la única vía realmente expedita hacia el objetivo en la parte más alta. El ambiente invernal, con un día nuboso y amenazante, acentúa aún más los tonos sombríos. Está el marrón por el lado de los chaparros cuyo follaje seco aún sigue en parte pegado a las ramas, y el verde grisáceo, si se mira a esos pinares tristes y alineados que pueblan la ladera contraria. Sólo la nieve, cada vez más abundante conforme subimos, lleva al fondo del barranco cierto resplandor. El contraste entre el blanco níveo y la oscura vegetación que emerge al azar resulta hasta violento. Lejos de aquí, en otros lugares más abiertos, la nieve tiene un efecto calmante y nos devuelve una estampa amable cubriendo ese mundo invisible que duerme su silencioso sueño. Aquí, sin embargo, la sensación que uno tiene es más bien de naufragio, con el medroso bosque haciéndose ver ante nosotros como si aguantara a duras penas a flote rodeado por ese manto helador. Todo contribuye a entenebrecer el cuadro: no se observan grandes signos de vida, si acaso algún pájaro solitario y la estela no muy reciente de un jabalí.

No llega a llover, pero la marcha marcando huella sobre la nieve se llega a hacer penosa. Pronto alcanzamos la divisoria de aguas en el portillo y allí topamos de frente con el camino que sube desde Gongora. A un lado un vetusto mojón marca la muga entre los dos valles. A pesar de que se puede bajar hacia Pamplona, no creo que fuera éste un paso muy frecuentado, teniendo en cuenta que la montaña ofrece un collado mucho más franco un poco más al oeste, a la altura de Andrikain. Por lo que se adivina echando una ojeada por donde llega el camino, esta ladera parece bastante más frondosa. Se ven hayas, algo normal al tratarse de una vertiente que encara al norte. Ahí han estado siempre, dando su nombre, Pagadi (hayedo), al propio monte. Recuperamos el aliento y nuestra intención de partida, y siguiendo próximos a la cresta divisoria por la ladera sur tenemos la fortuna de encontrar huellas de anteriores paseantes que nos llevan cómodamente hacia nuestro objetivo. El arbolado empieza a ser ralo, sólo en las cercanías del punto más alto los robles empiezan a despuntar por su altura entre la maraña del bojedal. La senda, muy pisada, se abre paso por vericuetos sin afrontar grandes desniveles hasta dar con el punto culminante, en el que un montón de piedras sirven de hito para hacer la cima reconocible. Nos encontramos frente a un recoleto rincón abierto entre los arbustos. Más allá de ese túmulo, aquí nada nos distrae, es como encontrar refugio y excusa para sacudirnos pesares y angustias al aire libre, ese aire que mece y hace crujir los robles de la cumbre. No hay vistas pasmosas a los valles, simplemente más arriba ya no queda nada, sólo ese aire soberano. Durante un buen rato lo respiramos honda y libremente, con la sensación de que nos ensancha el ánimo, de que nos vivifica.


sábado, 26 de enero de 2013

La ganga de la temporada


La siguiente generación de jóvenes ya está en venta, hay futuro. Y amplia oferta. De momento su precio no es exagerado, pero aun así siguen teniendo precio. Como todo, como siempre. Su futuro, pudiendo comprarlo, siempre será nuestro.

Turbio episodio


Core-LB1, Peter Bennett, de la exposición Magnitude 7.7,
tomado de www.manifestgallery.org
Dejaba escapar un susurro suave y tan persuasivo además que llamó su atención. Durante un buen rato jugó con el resorte visible para intentar obtener alguna respuesta, pero al verse incapaz de descifrar su mecánica lo dejó. En un principio quedó algo confundido y de ahí pronto pasó a sentirse amargamente decepcionado, casi humillado. Lo único que se le ocurrió entonces fue soltar toda clase de imprecaciones, repetidas con voz cada vez más alta y entrecortada, preso de un enojo terrible y sin parar de dar vueltas como un afligido autómata a su alrededor. Hubo un breve silencio, luego un hondo gemido, tan largo que tardó en extinguirse como un leve silbido, y por último cayó ante ella de rodillas hasta apoyar la frente en su medalla de bronce. Del frío contacto con el amuleto brotaron melancólicos sones metálicos, como tintineos y campanillas que llamaban desde muy lejos. Y no pudo entonces, por más que intentó evitarlo, sino romper a llorar, sin consuelo. El tiempo iba pasando sin encontrar aquel punto de equilibrio donde todo se calmaba y, mientras, él seguía buscando en ella como un niño ansioso el calor de su regazo. Después de mirarlo, la máquina se mostró profundamente extrañada, incluso descorazonada; a su juicio, así dijo, su hombre había enloquecido por completo, quizá de absurdo amor.

viernes, 25 de enero de 2013

Paradojas políticas 1


La idea de raza no se sostiene, menos en Estados Unidos, que es una democracia —racial o multirracial, según se mire.

jueves, 24 de enero de 2013

Tiempo de vivir


Mal se puede hablar del tiempo como vivencia —y menos liberadora del presente— si del modo de vivir poco sabemos decir. Vivir sin método concreto, sin hoja de ruta, sin conocimiento preciso, sin guía ni raíles, sin proyecto definido, sin razón clara, sin plazo fijo, sin preparación alguna, sin manual de uso, es vivir frente a lo que salta, o sea vivir como lo hacemos todos: en temible soledad e íntimo desconcierto. Contemplarnos ahí, en medio del tiempo remansado, entre pasado y futuro, no consigue realmente aliviarnos de semejante zozobra, más bien nos instala en nuestra tragedia.

miércoles, 23 de enero de 2013

Vivir del sueño


Cuando se alaba al soñador por su intuición de un nuevo y brillante universo, este acaba poniendo un comercio de estrellas.

Idea de más


Oyéndole hablar pronto comprendí que reducir su boca no reduciría el problema.

martes, 22 de enero de 2013

Sabedores y sabios


Creo que fue Peter Handke quien dejó el siguiente aviso a alguno que se las daba de maestro: «No me importunes con tu saber, yo no he dicho que quisiera ser tu alumno». Como un maleficiario más de lecciones inoportunas, yo también he soportado sesiones en las que, dándoseme por ignorante, se me anunciaban deslumbrantes despertares. Hacer valer la fe en esas circunstancias, o sea metiendo a la sabiduría de por medio, es un truco torpe y estúpido que a la larga te hace resistente a los aprendizajes. De todos esos intentos, además de la desconfianza, te quedan vagas recetas, compradas a precio de saberes. Saberes frecuentemente malvenidos y adulterados por el protocolo jerárquico que a título de educación suele imponer la casta, casi siempre pertinaz y molesta, de los sabedores. Pero no es eso, afortunadamente, lo único que nos queda. Aunque nada se aprenda, frecuentar la enseñanza aviva una intuición con cuya ayuda pronto distinguimos entre quien es sabedor y quien es sencillamente sabio, una diferencia que acaba por convertirse en el saber más preciado y efectivo.

lunes, 21 de enero de 2013

Inteligencia dominada


Imagínate que te declaran uno de los seres más inteligentes del planeta. Seguramente pronto sentirás que te domina la penosa sensación de que lo arrastras, como el presidiario su bola de hierro.

¿Cómo fue? Como fui


Reconstrucción de la ciudad de Troya en 1500 aNE,
Fuente: ARQUEO, nº 8. RBA Revistas, Barcelona 2.002
Me pregunto cuántas realidades pasadas podemos reconstruir a partir de los restos actualmente visibles de todo lo anterior. Este tipo de ejercicio, no siempre saludable, es bastante habitual, porque lo de mirar hacia atrás, aunque solo sea en busca de causas o de culpables, provoca esa especie de visión astigmática a la que denominamos historia. Discernir cuál es la auténtica de entre el extenso catálogo de posibles realidades precedentes, tratando de cotejarla puntillosamente con los restos examinados, es una tarea prácticamente imposible. Pero formular una síntesis de ellas, multiplicando los puntos de vista surgidos de cada una en torno a ese único conjunto de restos, tampoco parece una solución necesariamente mejor. Para empezar, y hablando de realidades, la primera dificultad radica en señalar con claridad cuándo estamos considerando algo que además de real debamos considerar anterior. Por plantearlo de otro modo, lo que sobrevive entre esos restos, además de estar ahí presente ¿a qué pertenece, al pasado o al futuro? En realidad, creo que solo podemos decir que nos pertenece, poco más. Si acaso añadiré que, al enfrentar nuestra muerte al discurrir del tiempo, todo lo que sobreviva se convertirá en testimonio de un cambio, en el que lo que fue real ha pasado a ser anterior.

domingo, 20 de enero de 2013

Nunca pasó



Nuestra forzada visita al siglo XIX, en pleno siglo XXI, nos hace ir olvidando ese extraño y cercano paréntesis del XX en el que aún relucen los incendios de sus guerras, las imágenes del NODO, el color de los anuncios y una serie de derechos públicos que van camino de su desaparición.

Llega Mega



Si es verdad que este hombre quiere vendernos algo, con semejante puesta en escena, a ver quién sabe qué es. Pero dejando esta cuestión aparte, no hay más que echar una ojeada a la foto para comprobar que se busca un mensaje contundente, fumigando aires de embrujo, como de autoridad imbatible, con el fin de subrayar la presencia de un auténtico líder. Ver nacer una estrella es un momento siempre emocionante, mucho más que ver nacer una simple empresa. Convertir la vida en una empresa es una opción personal, que empieza con un acto de fe, que necesita ser compartida para ser comercialmente visible. No es, pues, de extrañar que ese encuadre, iluminado desde el fondo por la voluntad de poder, evoque las liturgias paganas de culto personal impuestas por los regímenes autoritarios. La vista no consigue hacerlo todo, falta evidentemente algún refrito épico-musical, el cegador juego de luces pirotécnicas y por encima de todo la entrada en escena de los figurantes. Pero, a pesar de todo, con lo que nos llega en el escueto fotograma tenemos más que suficiente.

Yendo de arriba a abajo, destaca la buscada coincidencia entre el MEGA del rótulo y el apantallado y descomunal busto de Kim Dotcom, coincidencia repetida un poco más abajo con el mismo nombre y el mismo hombre, pero a una escala más cercana, humana y natural. Si habla, lo hará por partida doble, como uno más abajo y como lo más arriba, para que el mensaje cale bien hondo. En realidad la propuesta quiere ser tan evidente que la mayoría la tenemos por vista, por escasamente original. Esa insistencia estratégica por aunar héroe y marca como santo y seña del producto en promoción, nos lleva directamente a evaluar, sin demasiadas ironías, la megalomanía del sujeto. Si continuamos el descenso, veremos aún mejor el esfuerzo de aproximación ensayado. A qué viene si no la sobreimpresión originada en esa olímpica y nebulosa pantalla de fondo, donde pasa a asomarse el recio busto del genio recortado sobre un brillante horizonte, imagen que se materializa finalmente en esa mesa unipresidencial, firme pedestal del egregio emprendedor. Desde el cielo se hace llegar al hombre ante nosotros y desde ahí, desde donde pone MEGA, nos ofrece su confianza y sus servicios, por un módico precio. Francamente, habiendo confianza, las palabras en este contrato sobran.

Luego se abre paso con descaro la publicidad, formando cartel con seis rollizas y aguerridas mozas. Su misión no parece otra que afianzar la imagen de marca, sembrando a partes iguales seducción y respeto, avivando hacia el producto un afán posesivo al tiempo que se celebra el afán luchador de su promotor. El no es Hércules, desde luego, pero ellas distan mucho de parecer un colegio de sacerdotisas inabordables. Hay en su ademán un gesto fiero, que a unos parecerá de lealtad y a otros puro oficio. Con todas las reservas que se quieran, tienen la arrogancia propia de una guardia de corps, cabiendo aquí no obstante la duda de si bastarán seis para guardar semejante corps. Para la parte contratante debe ser tranquilizador verse arropada por esa muralla disuasoria de cuerpos bien entrenados y marciales, con el uniforme verde ciruela y la boina color berenjena, con los brazos metidos en jarras, alzadas sobre puntiagudos tacones y mostrando de muslo para abajo una soberbia musculatura. Quizá se equivoquen quienes las vean como torneados balaustres de una monumental balconada a la que el supremo jefe se asoma al acabar la tarde. Equivocados o no, ¿sabemos por fin qué era lo que éste vendía?


Siete espíritus. Serie B


Un espíritu seco es como un palo, el instrumento ideal para sacudir. Un espíritu frío es como un cuchillo, un arma discreta y letal. Un espíritu oscuro es como una tenaza, dispuesta a cerrar su dominio. Un espíritu acechante es como una red, la mano invisible del cazador. Un espíritu dañado es como un resorte, esperando soltar su único disparo. Un espíritu mudo es como un gancho, donde cuelga su cabeza de trofeo. Un espíritu muerto es como una piedra, una vida fósil aprisionada entre recuerdos.

sábado, 19 de enero de 2013

Árboles curiosos


Años he tardado en enterarme de que hasta la ventana de mi despacho llega y por ella se asoma una intrigada parrotia persica. Es lo que tiene la universidad que, a fuerza de plantar y hacer crecer el ramaje, todo en su seno se acaba sabiendo.

viernes, 18 de enero de 2013

Timbales y clarines



Tiene la trompeta dos versiones, la básica sin sordina y la trompeta con sordina. Cuántas veces yo quisiera, metido a explotar mi veta musical, que el toque me saliera espontáneo y a la vez leve y bien templado, con sordina, y sin embargo, resuena estridente como un cornetín de órdenes tocando a botasilla, o parece una de esas fanfarrias retóricas, de las que sonaban en el patíbulo a la llegada del verdugo. Ya se ve que de mi veta arranca más bien ese empeño trastornado, que propende con facilidad al grito, a congregar tropa, a pedir cuentas sin demasiada música. Ser sincero, hablar de corazón, seguir su ritmo pausado, poner cierta melodía en las declaraciones alejándolas de la farsa requiere sordina, pero si en cuanto hablamos nos extraviamos por el bosque de las grandes palabras, cualquier verdad, aunque sea una confidencia íntima, acaba surgiendo distorsionada, teatral, hueca. Tan alto hago sonar la trompeta que las ideas se me alborotan y me retumban dentro como en una caja vacía. Y así es como aparecen los timbales, que aún faltaban, para acompañar a mi clarín en su chirriante tesitura.

miércoles, 16 de enero de 2013

Confuciana


Confucio nunca dijo: A poco que sepa, el sabio sabe que sus consejos van para otros, que quien los procura sólo sirve de destartalado banco de pruebas.

martes, 15 de enero de 2013

Errar


La senda de los errores propios es árida de recorrer, pero puede ser fructífera. La senda de los errores ajenos parece más divertida, ligeramente cómica. Pero, si nos dejamos ir detrás de quien la sigue, pagaremos como propios los errores ajenos. La senda entonces nos resultará, además de costosa, dramática y nuestra apuesta verdaderamente cómica.

lunes, 14 de enero de 2013

Fin de jornada


La calle depara hoy pocas sorpresas, porque al filo de la noche el invierno nos depara pocas sorpresas. Como única novedad tenemos la lluvia, que se cuela mansamente por las estrechas calles del casco viejo. Poco paseante, poca gente, y toda ella camino de su casa. La mayoría ha acabado la faena o corre a hacer el recado pendiente antes de que todo cierre. Unos se meten al arrimo de la pared para librarse del agua, otros bajo su paraguas, por mitad de la calle, como sus dueños. Abundan los solitarios, siguiendo a paso vivo su trayecto de rutina, mientras pequeños grupos copan la calle discutiendo a grandes voces su hazaña cotidiana. De estos últimos nadie podría decir bien si vienen o van, aunque todo se aclara al verlos entrar en uno de los bares de la calle. De vez en cuando suena un rugido seco y cortante, la bajada de persiana de la última tienda que quedaba abierta. A oscuras, por el hueco de la puerta, se asoma agachado un individuo e inmediatamente echa el candado. Recula luego hasta el centro de la calle y desde ahí lanza una última mirada al negocio. A continuación se larga. La calle se ha quedado desierta, sigue lloviendo y la leve luz de los faroles inunda la penumbra y amaga brillos por el pavimento.

sábado, 12 de enero de 2013

Nunca diré lo que vi


Te quedarás ciego si miras lo que no debes. Así mismo, así las gastaban, así sembraron el miedo. Luego abrían el Génesis por donde la mujer de Lot, la misericordiosamente salvada del fuego sodomita para ser estatuada en sal, un escarmiento ejemplar, un final digno de las crónicas bíblicas. Ella ciega en la encrucijada, con los brazos abiertos como un poste orientador, de espaldas al camino de los justos, viendo cómo las sombras angélicas alentaban fuego purificador. Igual que ella hace años que me quedé ciego mirando al sol, ese engañoso protector, el código final fue conmigo despiadado, pero no pudo con lo que yo antes vi. Sólo te diré que los días se me hacían cortos y que el cielo era cada vez más profundo, más brillante. Los ciegos recuerdos sobreviven, el mundo en ellos acaba siendo mejor.

Jugando a muñecos



Esta ricura responde al nombre de Diego y no es un muñeco más en venta, sino otra cosa que han dado en llamar bebé-robot. De él extraña ante todo su voluminosa cabeza, que da a su cara y a sus gestos dimensiones desproporcionadas y cómicas. Sus progenitores del Institute for neural computation de la Universidad de San Diego nos cuentan que el entrañable artefacto anda todavía algo corto de palabras, pero que aun así se le coge cariño. Y es que, además de emocionarse con prontitud, consigue hacerlo, según dicen, en una variada gama de hasta 1000 emociones distintas. Gracias a la incorporación de sonido podemos decir que está dotado de cierta expresión. Al parecer el berreo básico lo tiene asumido como respuesta nativa e inmediata, pero combinando los emofonemas registrados en su memoria interna se puede lograr que el niño ladre y hasta que barrite o croe con absoluta naturalidad. Sin embargo, su más alta performancia la alcanza mediante una amplia flexibilidad del registro facial, que puede ir desde los mimos y mohínes, pasando por muecas despectivas o caras iracundas, hasta un generoso repertorio de miradas, bien sea cínicas, crueles, feroces o simplemente torvas. Su portentoso mecanismo permite también que los toques de ternura, propios de su aspecto infantil, puedan ir engastados, sin reparo funcional alguno, en muecas libidinosas y procaces, ya sean de origen masculino o femenino. Como bien se ve, algunas de las expresiones emocionales logradas en la criatura no parecen obedecer a estados de ánimo normales y, además de resultar extremadamente provocativas, entrañan en el espectador un profundo desasosiego moral. Esto ha hecho que la investigación sobre el bebé-robot haya tomado nuevos derroteros experimentales, alejados esta vez de la técnica. Una de las líneas más prometedoras, por ejemplo, se dirige hacia terapias basadas en la imitación de sus innumerables caras, con las que se pretende fomentar en los rostros más pétreos e inanes cierta capacidad de expresión. Con carácter más teórico, otros investigadores han emprendido la confección de lo que se conoce como el anexo moral. En esta memoria se piensa partir del catálogo de gestos observado en este autómata infantil a fin de fijar para cada uno de ellos la correspondiente calificación canónica y darle una interpretación moral. La intención es regular con buen criterio el afecto o desafecto y crear una respuesta «natural» a esas suertes faciales. Evidentemente para la calificación final de cualquiera de esas caras habrá que valorar la memoria desarrollada por la criatura y el sesgo emocional incorporado al conjugar respuestas y recuerdos. A la larga es más que probable que esta interacción continuada y sesgada vaya depurando las facetas más inquietantes del catálogo y se logre un instrumento corregido y estoico, un compañero emocionalmente equilibrado y sobrio, un ejemplo de control perfecto en el que mirarse, aunque lo que había de niño probablemente se pierda.

jueves, 10 de enero de 2013

Civilizaciones cercanas


Victor Brauner, Prélude à une civilisation (1954)
The Metropolitan Museum of Art, New York
Al mirar este Prélude à une civilisation de Victor Brauner uno reconoce ciertos restos del primitivismo en auge en su época juvenil así como de su posterior paso por el surrealismo, aunque sea ya palpable una apuesta pictórica distinta, más personal. Sus grandes dimensiones y su formato de retablo urgen a encontrarle alguna significación y, si es posible, a vertebrar todo su contenido en una historia, aunque sea mítica. Para ello el título suele ser el hilo conductor, esa es la lección aprendida en cuadros clásicos como los del Bosco. En ellos, afortunadamente, los múltiples coros de figurantes simbólicos no llegan a comprometer y fragmentar el motivo escatológico, algo que aquí no se da, porque ese motivo, del que no tenemos más indicio que el título, propiamente no existe. Ahora bien, aun a falta de unidad temática y hasta de tema, nadie le puede negar a la obra cierta unidad de estilo y de diseño simbólico.

Carentes por sí mismos de significado, los símbolos reunidos en este conjunto consiguen ganar cierto relieve gracias a su parentesco formal. De hecho está cargado de formas reconocibles (hombres, animales y plantas), figuraciones cromáticas y cierto equilibrio compositivo, aunque más que a una presunta civilización, como señala el título, todo apunta a un ensayo sobre variaciones pictográficas de la misma mano. Esto no es mucho decir, teniendo en cuenta que todos los pictogramas van sobre el mismo soporte y aparecen englobados en una enigmática figura equinomorfa. A falta, pues, de un claro punto de partida podríamos empezar por ahí, por ese caballo blanco en cuyo interior está guardado todo ese conjunto de claves menores. A mí, de entrada, con ese vientre tan poblado de imágenes, me viene a la cabeza el caballo de Troya. Sabemos que los grafismos juegan siempre a liberar su proyección simbólica y a través de ella nos invitan a recrear mundos en los que su significación sea evidente. Contando con ello, uno es libre de imaginar estas variaciones gráficas como un lenguaje secreto, emboscado en las entrañas de ese caballo troyano, cuyo triunfo y desarrollo está por venir. Pero, aunque las semillas lingüísticas que transporta quieran anunciar civilizaciones, ateniéndonos al título del cuadro, la propuesta sigue siendo tan inútil y gratuita como cualquier otra, digo de cara a perfilar conocimiento, a inferir algún futuro para ese preludio.

Por otro lado, es obvio que entre los elementos que se exponen no existe ninguna articulación explícita: no hay secuenciación, no existe ligazón, no hay enlace gráfico que explique la ordenación mostrada. No hay más lógica que la del formalismo expresivo, que aquella que ha guiado en definitiva la mano del artista. Por no haber, no hay tampoco ningún espíritu coral, nada que acuerde una sintonía en común, porque cada figura parece tener voz propia. En el caso de las antropomorfas, aun sin hablar de significados, sí podemos hablar de ciertas alusiones a la maternidad o a la milicia. En las zoomorfas, ni eso, todo resulta más gratuito, enigmático y abierto. Seguramente en los animales subsiste cierto tono emblemático, manifiesto en esa preferencia por lobos y caballos. Más complejo aún es el repertorio de peces y aves fantásticas, y más seriadas o decorativas esas arborescencias esquemáticas de relleno. No creo, sin embargo, que podamos despegar ese mundo del medio en que nos movemos. Esa nueva civilización más parece una alusión a la matriz de la que surge, una alusión inspirada en un nuevo modo de hacer figurar lo que conocemos, que algo por conocer y realmente nuevo. A partir de ahí todo, o el cuadro como un todo, puede ser presentado como un ejercicio plástico cargado de malévola ingenuidad o como una opaca hazaña jeroglífica. Las reminiscencias que provoca son bastante libres, pueden ser escogidas entre culturas sofisticadas o primitivas, lo que da una idea del amplísimo ámbito por el que el intérprete peregrina. Alguien comentaba a propósito de este cuadro que sin argumentos para crear significados sólo nos queda el misterio y que para el autor quizá esa ha sido su única pretensión, su mayor apuesta, su inocente juego.


Desgaste evolutivo


De vernos obligados a medirnos con el resto de los animales sin otro instrumento que nuestra cultivada cabeza, toda nuestra atención se concentraría en calcular nuestra fecha de extinción.

miércoles, 9 de enero de 2013

Por una sombra cómplice


—Pongo a mi sombra por testigo— declaró el canciller —de que me atendré a lo que proyecto, haciéndolo visible a plena luz y públicamente, y de que nada falso y oscuro quedará a mis espaldas, nada que me rehúya o que me acuse.

martes, 8 de enero de 2013

A tu encuentro


La esperanza se reconoce siempre como un pálpito algo alicorto, quizá por eso nos la venden como una pomposa mariposa de diseño.

lunes, 7 de enero de 2013

El tejo y las hayas viudas


Tejo de Lartze
La ciudad se desperezaba hoy como en esos días crudos de finales del otoño, intentando ver desvanecerse unas nieblas casi opresivas. No han durado mucho, pues mientras la cruzábamos para salir, se han ido disipando hasta ofrecernos una mañana limpia y resplandeciente. Para cuando hemos llegado al pueblecito de Zilbeti, allá arriba rodeado de sus montañas, el sol iluminaba desde el sureste el pequeño valle y todo su caserío. Después de rebasarlo, tirando decididamente hacia las montañas del fondo, hemos visto cómo a los verdes prados sucedían las primeras y oscuras lomas boscosas. El carretil ha continuado un rato junto a un riachuelo y se ha internado a cobijo de las hayas, en unos ambientes aún fríos y sombríos. Finalmente hemos llegado a un cruce en el que confluían las aguas provenientes de un estrecho barranco, de fondo tan profundo que parecía prolongarse hasta las laderas del Adi. Allí hemos echado pie a tierra y dejado a un lado el camino hacia ese imponente monte, confiando que algún día dispongamos de tiempo y empuje como para subir hasta allí. El nuestro seguía a la vera de la regata, avanzando derecho y con leve desnivel hacia los primeros repechos. En el transcurso íbamos asistiendo a la llegada de aguas que se abrían paso por los barrancos desde sus fuentes en las soleadas vertientes de la montaña. Los variados nombres de todas estas regatas —Mindegi, Leñari, Eluts, Lartze, Ollarmendi, Antzeri— corresponden propiamente a los de los bosques, hondonadas y parajes que avenan. Ese mosaico paisajístico cubre buena parte de la falda Sur de la cresta montañosa que va desde el monte Zotalar hasta el Adi.

El bosque de Antzeri, por el que poco a poco comenzamos a ascender, es un enorme hayedo asentado en una de las solanas de la cabecera del valle. Bajo la solina matinal todo ese mundo carece del misterio que suele envolverlo cuando las brumas prenden en él. Desgraciadamente este bosque, de arbolado todavía nutrido y denso, ha recibido sentencia de desaparición. En él se ha abierto ya una profusa red de pistas y buena parte de los troncos están marcados para la tala con señales de pintura rosa. Todos ellos están condenados, los señalados sólo indican los límites de cada uno de los lotes madereros que se obtendrán. A pesar del radiante sol que luce, el silencio confiere al arbolado un aire fúnebre, como de espera de la ejecución. Nada se oye, más allá del rítmico chasquido de nuestros pasos sobre la hojarasca. La idea es abrir aquí una mina a cielo abierto. Supongo que las dimensiones del boquete y el consiguiente destrozo que se avecina irán ampliándose a medida que la rentabilidad de la inversión caiga y urja la obtención de mineral y la apertura de nuevas canteras. Para lograr los permisos ha bastado la promesa de una docena de puestos de trabajo así como unos kilómetros de carretera para que Zilbeti tenga una salida más cómoda al mundo. No es fácil de entender que el valor de lo intangible, de ese sustrato invisible, pero feraz y casi inagotable, a través del cual la tierra se nos ofrece, no se llegue a ver. Y es que hay aspectos que en el análisis inmediato, en el análisis ramplón del valor financiero atribuible, que nunca deberíamos confundir con su riqueza, no se quieren ver. Hablo de riqueza como fecundidad, esa fecundidad que debe ser cuidada y protegida, porque nunca será ilimitada. Confundimos con frecuencia la estabilidad del medio natural con su facilidad para el cambio y la adaptación, creyendo viable y seguro su retorno al equilibrio de partida, todo ello sin pensar que los equilibrios son estados demasiado frágiles.

En cualquier caso, nada de lo que conocemos como bosque de Antzeri sobrevivirá al afloramiento aquí de una mina de magnesita. Sin la cubierta vegetal y con el terreno entregado a la actividad minera cambiarán irreversiblemente el paisaje, las laderas, las fuentes, los cursos de agua y se esfumará la fauna que alberga hoy el bosque. En ese mapa nuevo, el sector Antzeri no acogerá ya un bosque de valor tan impreciso como incalculable, sino una unidad de producción con diez puestos de trabajo y otros veinte repercutidos que contribuye de forma directa y activa al PIB. En un rellano de la parte superior de la ladera, ha querido dejar manifiesta su protesta un grupo de gente que, irritada por la insensibilidad observada ante este expolio, ha pintado sobre una serie de hayas, a modo de collage, el Gernika de Picasso. Desde ese punto la reciente pista va descarnando el monte y dejando brillar entre el ripio los prometedores cristales del mineral. Bajo el sol mañanero el escenario tiene algo de cegador. El pedregoso camino sigue en penosa pendiente hasta el collado en que descresta la montaña para desde allí precipitarse confiado en busca de otros parajes más halagüeños y acogedores. En vez de escapar y explorar esas otras vertientes, hemos preferido seguir sin perder de vista Zilbeti por la cresta, donde al menos nos mantenemos al calorcillo de este sol invernal. Hemos almorzado en la pequeña cima de Lizartxipi, una arboleda medio despejada, entre rocas dispersas, almohadilladas con musgos y esfagnos, y aliviados de vez en cuando por el canto de los pájaros, pero sin francas vistas.

Comenzamos después a bajar atajando por sendas a media ladera, mientras advertimos que el bosque comienza a clarear y abrirse. Cruzamos la ladera hasta llegar a la vertiente de otro barranco contiguo, una zona que parece haber sido intensamente explotada hace unos años. El camino que encontramos, y que alguna vez fue vía de saca maderera, está siendo invadido por helechos, retamas y brezos. A su lado crecen en corros espesos regimientos de plantones, aunque se observan también claros donde los árboles escasean. Como emblemáticos supervivientes de las talas han ido quedando entre los rebrotes fallidos algunas hayas que se yerguen majestuosas y bien tiesas, buscando la luz, como cuando competían y formaban multitud. Viendo el entorno desolado que las rodea, uno tiene la impresión de verlas condenadas a servir de testigo de lo que ese bosque un día fue. A sus pies resisten, sin otra asistencia que sol, agua y viento, unos medrosos retoños, entre los cuales se alzan las desamparadas hayas como solemnes viudas. En las proximidades del regacho que baja por el barranco, los árboles se multiplican y el marrón de la hojarasca desplaza a los verdes escobones de las retamas. Más abajo, en una pequeña explanada, el bosque parece comenzar a reponerse. Como si de un emblema de perdurabilidad y resistencia vegetal se tratara, se presenta ante nosotros un robusto tejo. No es un árbol fácil de encontrar. Con ese porte impone además cierta autoridad, probablemente porque también es el árbol más veterano del bosque. Podemos imaginar que ha visto pasar ante sí a varias generaciones de hayas. Incluso puede que las que aún aguantan hayan recibido su discreto consejo. Mirando entre las ramas del tejo la ladera se va cubriendo de un bosque, que bajo su patriarcal figura parece quedar protegido. Es curiosa la percepción que se puede tener de estas soledades. Las hayas son aquí muy numerosas, pero cuando quedan aisladas de sus semejantes, por altivas que se levanten, se las siente viudas. El tejo, en cambio, se sabe solo, pero casi siempre vive en compañía. En medio de la fragilidad del arbolado que lo rodea, parece tener la misión más modesta, pero también la más vital de todas, puesto que ya sólo le cabe ser para los demás ejemplo de tenacidad en la supervivencia.


domingo, 6 de enero de 2013

Polémicas medio vivas


El crítico R. F. Leavis
No es fácil saber —con él nunca lo es— si Mario Vargas nos trasladaba las tesis de F. R. Leavis o las suyas propias, cuando escribía allá por 1992, hace pues unos 20 años, un artículo para El País acerca de la polémica suscitada por Leavis en su acalorada respuesta a C. P. Snow y su famosa conferencia Las dos culturas, a saber la científica y la literaria. Avanzando hacia el final, y en aparente línea con Leavis, Vargas apuntaba entre los fines de la Universidad los siguientes:
«...la Universidad sería un recinto imperturbable a la solicitación de lo inmediato y lo pragmático, una permanencia espiritual dentro de la contingencia histórica, una institución entregada a la preservación y continuación de cierto saber, inútil desde una perspectiva funcional, pero vivificador y unificador de todos los otros conocimientos en el largo plazo y sustento de una espiritualidad sin la cual, a merced únicamente de la ciencia y la técnica, la sociedad se precipitaría tarde o temprano en actualizadas formas de barbarie».
A merced de esa ola retórica, las palabras de Vargas parecen cabalgar sobre las tesis de Leavis para desde allí arriba formular él su dolida queja por el continuado desaire impuesto al sector literario. Nada sobre la cultura científica, nada sobre disciplinariedad o interdisciplinaridad, nada sobre los del otro lado, los científicos, nada sobre esas actualizadas formas de barbarie. Ni el más mínimo arranque de autocrítica sobre el histórico abuso teológico, sobre el aplauso a las sentencias miríficas o sobre la venta literaria de los hallazgos científicos. Difícil, decía, conocer su opinión, asido con fuerza a la mano del audaz polemista. Y sin embargo, aún sería más difícil, conociendo cuál ha sido después de estos años el caballo ganador y la trayectoria del escritor, saber cuál pueda ser hoy en día la opinión —no necesariamente la verdadera, sino la publicable— del muy ilustre Vargas sobre este crucial asunto. No lo veo de paladín de la técnica, pero es un hombre de oficio, un abogado literario que, no en vano, consigue siempre, y así lo vemos últimamente, dar margen con su verbo a lo impresentable.


sábado, 5 de enero de 2013

Manto de silencio


Un buen día, el olvido,
ese pesado manto de cenizas,
escapa mar adentro,
cubre una isla ya muy fatigada
en busca de soledades anchas,
de aguas benevolentes
de olas de refresco.

Nadie lo persigue
más allá de su entraña
cuajada de profundas huellas,
corazones comidos
por el ansia de los engranajes
en una noche de máquinas
aún ardientes y sonámbulas.

Al acecho los recuerdos,
ante océanos que resisten
su rumbo atormentado,
llegan encuentros ahogados
por furores agrios,
notas amargas, de despecho,
cuentas de libro viejo.

Rascas con las negras uñas
amores que no hubo,
descubres ofendido
una voluntad aviesa,
agudeza para la infamia
bálsamos devorados por sudores
rezumando azufre fiero.

Olvidado mejor te deseas,
en playas de un pasado
que te acaricia y engaña
con ese raso cielo sedante,
cómplice del pulcro silencio,
donde vives refugiado,
embozado en tu manto ceniciento.


viernes, 4 de enero de 2013

Hadas y príncipes


—¿Es provechoso para un país verse gobernado por una reina amante de rígidas doctrinas y por un ministro amante del juego ventajoso?— preguntó Elike a su maestro.
—Lo contrario daría más juego y atemperaría la disciplina— respondió Ogeron, el sabio. Poco después, tras darle una nueva vuelta al asunto, añadió: —Sin duda lo más fructífero sería que fueran amantes, pero de sus semejantes. Y nada sería mejor que acabar con esos gobiernos de hadas madrastras y príncipes conversos, y condenarlos luego a sobrevivir en un infame cuento.


¿Qué hacer con la síntesis?


La gloria del poeta, representada por el mito, viene a ser el fracaso del analista; y viceversa, la gloria del analista, representada por la ciencia, viene a ser el fracaso del poeta. Pero esa oposición deja un amplio campo a la síntesis analógica, al sintetista metafórico, convertido en modelador o fabulador de mundos, que avanzan inspirados por arquetipos, ya sean personajes o ideas, para ser auditados por censores que o bien los liberan como hipótesis vivas, o bien los clasifican, calibran y ordenan.