miércoles, 30 de mayo de 2012

Mínima 3


El lujo es ese lustre que aparece de tanto manosear los deseos. Es maquillaje pegajoso que visto de lejos confunde, pero que al tacto nunca sorprende.

martes, 29 de mayo de 2012

Como lluvia ácida


Me he venido a refugiar por un rato en Brassens, porque no he encontrado nada mejor hoy para espantar toda esa mugre financiera que amenaza con devorarnos. Le he ido dando aire a su repertorio de canciones, algunas de ellas ya viejas, y al final creo que me he quedado algo recompuesto, hasta con media sonrisa. Es un extraño trueque este al que acudimos con nuestra amargura y de cuyo reflejo sarcástico extraemos con la música algún estímulo. Ha pasado el tiempo, la verdad; no tanto nuestros usos y maneras. Siguen igual los plazos que la vida marca, las edades en que esos usos acaban en rutina. El que parece no pasar, sin embargo, es George Brassens.

No sé con qué entendimiento oí por primera vez, en su tiempo allá por los 70, lo que cuenta el Boulevard du temps qui passe. Quizá cuando la escuché me tuve por uno de los jóvenes que invadían ese boulevard. Hoy lo veo desde la otra punta y sólo puedo imaginarme como uno de esos paseantes que cada vez entiende menos lo que está pasando, o que no aceptan que su tiempo ha pasado. Un regusto parecido me han traído después aquellos versos de ácida ternura que entona en Je me suis fait tout petit. Del espacio público perdido me he venido a un mundo privado, devaluado y forzado, donde el amor aún se cultiva, pero sometido por los años al ajuste, a la búsqueda de nuevas escalas y distancias. Con esa nueva perspectiva, que ya es hoy la nuestra, si entiendo bien a Brassens, el amante en ejercicio sólo puede eludir la resignación dando a su papel un aire entre cómico y heroico. Aunque para heroico y resignado ninguno como el labrador de Pauvre Martin. Una epopeya sufrida y silenciosa para la que ha bastado el canto sencillo. Si raro es rendir homenaje con esa llaneza, más raro aún resulta escuchar entre nosotros semejante reconocimiento. Al fin y al cabo es sólo un labriego, de esos cuya perseverancia y apego a la tierra hemos decidido presentar en las escuelas como manías de paleto y querido aprovechar como material burdo para llenar la escena bufa.

Después de todo ese repaso, de mi refugio casual en la entraña de aquel tiempo de juventud, me sorprendo un poco embarazado de llegar tan tarde a una sensación tan extendida, al haber descubierto algo de intemporal e imperecedero en aquellos viejos sentimientos. Tuvo su magia quien logró expresarlos de modo que nunca perdieran del todo su frescura. Gracias a sus soplos conseguimos reanimarnos al pasar por los sórdidos y asfixiantes rellanos de esta escalera inmunda. Del mago habría que decir que también estuvo, valga la ofensa, tocado por la divina gracia en aquel guiño mordaz, y teológico, con el que abría su testamento musical:

Je serai triste comme un saule           Yo estaré triste como un sauce
Quand le Dieu qui partout me suit      cuando el Dios que me sigue a
                                                                                 [todas partes
Me dira, la main sur l'épaule :            me diga, la mano en el hombro:
"Va-t'en voir là-haut si j'y suis."          "Vete a ver si estoy allá arriba"





Je me suis fait tout petit, G. Brassens, del album del mismo nombre (1956).

lunes, 28 de mayo de 2012

El orden nunca asalta el poder


Ejecutar órdenes es obligatorio para quienes se someten a obediencia, impartirlas y mantener cierto orden general se considera tarea del gobernante, pero crear un orden que justifique esas órdenes es materia más etérea, más de oficiante que de artesano. Quienes trabajan en ella, tan pronto se ven apadrinando nuevos órdenes sociales como tratando de restituir la hegemonía de un orden natural, que no es otro que aquel que les permite mantenerse en equilibrio. En realidad, su restitución sólo busca corregir la aparición de desórdenes amenazadores para ese equilibrio. Mas cuando se ven, en ese retorno al origen, forzados a reconsiderar el orden primitivo, el que es la base de todo, es cuando empiezan las sorpresas.

Hay órdenes naturales latentes cuyo descubrimiento no sólo contraviene ese frágil equilibrio, sino que tras su desarrollo lo arrumba imponiendo un nuevo orden que los partidarios de lo natural siempre juzgarán artificial. Hablar de los diseñadores como creadores de un nuevo orden sería frivolizar, pero sería igualmente aventurado llamar por principio creadores a los teóricos, ideólogos o adelantados. En todos ellos la creación de orden tiene otra inspiración, otro aliento que la mera dominación. Son gente que de ese modo concluye en solitario, y normalmente en falso, un ejercicio de apertura al mundo y un modo de desahogar el que en su interior han forjado. L. F. Földényi subraya con trazo dramático la suerte que en este sentido corren los creadores más formalistas: «El matemático y el geómetra ordenan el mundo para luego desesperar: el camino de salida de la cárcel sólo conduce a la nada» ( Melancolía, 331).

Ya que no parece propio hablar de la creación de un orden en ámbitos tan elementales como la geometría o las matemáticas, hablemos del descubrimiento del orden a través de estructuras formales y constatemos al menos que con su predicamento tecnológico posterior se consigue atraer nuevos mundos. En todo este auge mundano el papel de quienes trazan las nuevas líneas de demarcación es más bien discreto. Ellos se limitan a ver girar su mundo como una estructura suspendida en el éter, justo allí donde los demás no la ven. Pero, mientras el geómetra flota a la deriva en su mundo transparente, la inercia de otros mundos olvidados impide que el orden recién descubierto emane y prospere naturalmente, y contribuye a que sea administrado a beneficio de un poder. Lenta e insensiblemente entrañan dominio sobre él cánones y normas de mundos que parecían postergados. Son ellos los que maternalmente acogen al orden nacido geométrico para hacerlo visible ante todos como una nueva estructura de poder.


domingo, 27 de mayo de 2012

Vengo experimentando ardor


No dije que no escociera, dije que no basta con experimentar cierta desazón para afirmar que es vitriolo, aunque la etiqueta del frasco con que te rocías eso diga. Si quieres que te tomen por experimentador meritorio en vez de por un cronista pusilánime, más vale que aportes datos de la extensión y profundidad de los estragos cutáneos. Datos convalidables y que vengan refrendados con algún fotograma del desgaste experimentado. Sólo con referencias numéricas, ese amargo testimonio pasará a considerarse una prueba experimental y tu actuación merecerá crédito investigador. Si además quieres verlo publicado, no dejes que en tu informe se trasluzcan lamentos y apreciaciones personales que confundan su carácter objetivo y riguroso. Has buscado la gloria científica con ardor y recibirás a cambio tu bálsamo, pero no enseñes tus feas heridas, no rebajes tu enfrentamiento con la verdad empírica para dejarlo todo en un simple escarmiento al experimentador por su osadía.

viernes, 25 de mayo de 2012

Recibo una postal


Bosque de coihues en la Reserva natural Siete Tazas (Maule, Chile). Foto: I. Marin
Hay imágenes tan tensas que corren peligro de distorsionarse y desgarrarse por fuerzas internas que a simple vista son difíciles de reconocer. En un bosque, cualquiera de las instantáneas que captemos parece estar bajo esa amenaza recurrente. Cuando uno se pasea por él, tanto da con curiosidad como con reserva, lo hace siempre a sabiendas de que ya nada será igual la siguiente vez. Sabemos que el momento que retenemos, siempre está próximo a desfigurarse, eso sí para renacer. Lejos de devaluar el interés de ese instante congelado, esa precariedad lo refuerza como algo singular, que merece ser conservado como una discreta pero memorable posesión.

A veces esas fuerzas internas no son sino un reflejo sumario del ánimo de quien apuntó, y de ese modo subrayó, un detalle natural que en el fondo está muy vivo en él. El bosque de coihues se muestra casi escandaloso en ese colorido otoñal. Representa la belleza persistente, tan lejana y espléndida como cualquier postal de un país remoto. Pero está también ese ambiente frondoso y asilvestrado. Demasiados resabios acechan cuando algo se ofrece simultáneamente exuberante y caduco. No son peligros inminentes, es la ostentosa cercanía de la confusión lo que puede haber atraído al apuntador. Ha hecho un alto en su recorrido, se siente invadido por una calmante armonía y envuelto en ese laberinto cromático casi se olvida de que le toca ahora buscar el camino que lo ha conducido hasta ahí.


jueves, 24 de mayo de 2012

Meandros financieros


Frente a la ley de acumulación del capital enunciada por Marx en 1867 debería imponerse, por principio legal en este caso, la obligatoria trazabilidad del capital. Me refiero, quizá ingenuamente, a la posibilidad de saber de forma inmediata cuál es el destino y por qué canales circula en cada momento el dinero. Algo a lo que en otros órdenes no monetarios se aplican los gobiernos sin complejos y con denuedo. En líneas generales se trataría de ver claramente dónde el flujo de capital se retiene, dónde se estanca, dónde se acelera y se producen rápidos y corrientes vivas con manifiesto aprovechamiento, dónde y cuánto riega, y dónde finalmente desagua.

Antes hubiera bastado con marcar ciertos lotes de papel moneda con una huella informática y seguirle el rastro mientras circula. Hoy esta propuesta representaría la parte menos significativa y disuasoria del trazado de capitales. Donde es preciso actuar es en otro tipo de unidades de valor mucho menos transparentes. Si éstas se identificaran debidamente cualquier propietario podría comprobar con sorpresa que son prestadas, por el módico beneficio que fijan los intermediarios, para gastos improcedentes, para pagos opacos, para apuestas ventajistas o incluso para asuntos criminales. Aunque de forma aleatoria, sabríamos que mientras algunas sirven para pagar el mobiliario de una escuela, otras están siendo utilizadas en actividades que a plena luz resultarían socialmente injustificables. Si esa trazabilidad se completa con una garantía jurídica para la reversión del capital, la multa podría ser inmediata e infligida directamente por el prestamista. Nadie podría alegar no reconocerse, haciendo como ahora doble juego tras la pantalla financiera, como causa concurrente de acciones que por otro lado manifiesta no aprobar ni soportar. Hacer públicas mediante la trazabilidad las responsabilidades personales e informar de los beneficios recibidos, con su calificación social tanto moral como solidaria, favorecería la transparencia de las cifras, y también de los comportamientos y actitudes. Y en ese marco visible de responsabilidades, donde nadie podría ocultarse, recobraría su importancia la política.


Jueces bravotes


Con el mazo no supo mantener el debido equilibrio. En su defensa alegó que, por enérgico que hubiera parecido su estilo inquisitorio, era una fase procesal crítica y que estaban a punto de aflorar los primeros indicios incriminatorios, lo que fue tajantemente desmentido por el acusado que se limitó a mostrar como evidencia del desmán judicial la pérdida de cinco de sus piezas dentarias, que seguramente el juez retuvo como indicios materiales. Como público jurado juzgamos que aquí el peso de la ley, simbólicamente representado por ese soberano mazo de hierro, fue demasiado ligero para este juez, que guerreó con él para hacerse con ventaja en la disputa, zanjando de un mandoble el riesgo latente que la dentadura del acusado representaba. Todo lo que podemos añadir es que al juez y al acusado, en presencia de las restantes partes personadas, fue necesario separarlos. El juez fue separado de su contundente mazo y el acusado a duras penas del banquillo, donde el fogoso ímpetu de la judicatura lo había dejado empotrado.

miércoles, 23 de mayo de 2012

Fábula con pintas


Si no te adaptas, sucumbes; eso ya lo sabemos. No hace falta que venga el camaleón de turno, trajeado de riguroso gris, a decírnoslo. Y menos aún que, viendo nuestros escrúpulos, nos aconseje compasivo, y mudando a tonos caramelo, que si no podemos cambiar de pinta, es mejor que nos reinventemos como especie.

martes, 22 de mayo de 2012

Angeles dopaminantes


Con la edad las reencarnaciones de los mitos son cada vez más estilizadas y sorprendentes. Ya no pueden ser esas que poco a poco se han ido trasladando a pantalla desde los comics de mediados del siglo pasado, con argumentos de variable fortuna y siempre con gran profusión de efectos. Menos aún esos héroes de videojuego, cuyas progresivas facultades virtuales parecen parametrizadas por los hallazgos punteros en rendimiento de microprocesadores y en miniaturización de memorias. De esas memorias, precisamente, y de las máquinas que se levantan sobre ellas se viene hablando mucho, poniendo al carbono por delante del silicio y a la física cuántica por delante de la clásica. En este nivel de discusión me detendré en las moléculas, tanto me dan las proteínas como entes más minerales e inorgánicos. Con la atribución de propiedades que los investigadores les conceden tras largos años de estudio, esos modelos abstractos son presentados ante el el público como agentes salvadores o como maléficos ejecutores. Sin embargo, ni la bondad ni la maldad son en ellos recursos del todo directos sino que actúan más bien en combinaciones insólitas, lo que nos deja en los inciertos brazos de agentes tentaculares. Leo sobre la dopamina, que es a lo que iba, que tan pronto es causante de adicciones como del mal de Parkinson. El mal no crece aquí linealmente con la cuota, sino que surge como guardián de los extremos. Restringirla o aumentarla es irresponsable, sólo el equilibrio, por escurridizo que resulte, conseguirá mantenernos enteros. Para encontrar el rumbo entre los peligros de Escila y de Caribdis hay que ponerse en manos de un timonel enérgico. ¿No podríamos poner a nuestro servicio, previo pago naturalmente, a algún fármaco o en su defecto a un terapeuta que, si no desinteresado, fuera lo bastante leal para sujetar nuestra dopamina bajo su estrecha y firme horquilla? Dejemos pasar de largo a Jasón, a Teseo o al mismísimo San Jorge con su pesada armadura y su triste jamelgo. Los héroes que nos empiezan a llegar son agentes casi elípticos que han conseguido sublimar la ilusión e instalarse anónimamente, como ángeles o como duendes, en fórmulas magistrales llenas de virtudes, en aguas de manantiales milagrosos, en entrañables supositorios tan suaves como directos, en amenos pildoreos con grageas de colorines, en metódicas lechugas y calabazas de nuestro huerto. Respiramos muy hondo bajo esa celestial bóveda, creyéndonos defendidos por todo un zodiaco protector, que en definitiva no es otro que el que acoge y guía nuestros sueños.

Pensamientos nulos


Recibo consejo de mi voz, que me llega hoy muy sensata. A la vez que callo, me escucho, a la espera de que algún eco interno resuene. Y cerrado en ese cortocircuito profundo, quedo atento y en suspenso, como quien se imagina muy dueño de sí. Con ese paso doble, mientras callo y mientras escucho, la noria renqueante, esa mi sensata consejera, no cesa de abrevar mi mente con poderosas imágenes externas. Sus proporciones me empiezan a asustar y más aún saberme dueño de ellas. Vuelta a vuelta, no para la rueda loca de exprimir mi vacío y de rodearme de tanta imaginería que me siento dueño de todo. O de casi todo, porque no llego a verme dueño de mí, que sería lo realmente importante después de todo.

domingo, 20 de mayo de 2012

Miércoles fallido


Una luna absorbente
un camino arrasado
el aire fundido
una lágrima abrasadora
una mirada ahogada
un océano reseco
un cementerio náufrago.


sábado, 19 de mayo de 2012

Banksy


Grafiti de Banksy en Poplar (Londres). Foto de Adversmedia.
«La gente dice que el grafiti es feo, irresponsable e infantil... pero eso es sólo si se hace correctamente».


Palabrerías


Donde unos buscan un juego de palabras otros manejan el juego de herramientas. Palabras en discusión: para unos importa cómo esgrimirlas, para otros siempre andan demasiado sueltas.

viernes, 18 de mayo de 2012

A bordo del "Narcissus"


Para el que sale a cubierta del "Narcissus" el espectáculo es sobrecogedor. Las olas emergen entre la bruma silenciosas, se empinan lentamente como torres y amenazan con desplomarse sobre nuestras cabezas. Es ahí donde habría que detener en seco nuestro relato de tripulantes para mejor embebernos en esa belleza efímera y portentosa. Eleva nuestro espíritu, tan propenso a flaquezas, dirigir la mirada desafiante frente a esos peligros que descuellan. Poco cuesta entonces sentirse cabalgando mares sobre el puente, raptado por formas imponentes, de trazo delicado y de soberbia rudeza. Las imágenes revolotean inasequibles con enorme estruendo de fondo y envueltas en festones de fina espuma. Tanta y tan titánica belleza invade nuestro cuadro, que da pena mancillarlo con nuestros miedos ruines.

En realidad, si seguimos a bordo de la zarandeada nave, tardaremos poco en salir de esos ensueños estéticos. Basta contemplar el tren de olas devastadoras que se acerca para comprender lo mal que encajamos fascinados como lunáticos en esas acabadas estampas tempestuosas. De nada sirve en semejante trance componer gestas, llamando audaz a quien solo fue temerario o esperando que ese mismo tipo aguante firme e impasible el inminente embate de las olas. Pasaremos a la posteridad, con épica o sin ella. Dicho esto y si tenemos que contarlo, dejémoslo en que igual todo se complica, el temor nos atenaza y nuestro azotado barco se hunde. Así de escueto debería ser el informe de cómo todo se fue a pique. El sentido énfasis en todo caso hay que reservarlo para el epitafio, donde un mar benévolo acoge a los náufragos, que siguen, en medio de la marejada y con la mirada extraviada, el rumbo airoso de su goleta fugitiva.


jueves, 17 de mayo de 2012

Siempre podrás hacer más por mí


Puestos a ser injustos y metidos en el apuro solemos perseguir y condenar a quien nunca nos podrá ayudar.

Por una creatividad astringente


Si no es dogma, lo dejaremos en verdad empírica: el aspirante a visionario se ha venido dando, obsesionado por los poderes divinos, a la desmesura espiritual y también al derroche material con eso de fabricarse su propio mundo. Preso casi siempre de atroces fantasías nocturnas, resto de traumas infantiles mal sofocados, nadie necesita más que él de espacios abiertos al mundo con amplios ventanales desde los que escoger dominio a su modo y arbitrio. Algunos han abierto esos ventanales, extremando la escala humana, desde estancias palaciegas, por creer que rodeados de la atmósfera adecuada darían mejor cobertura y expresión a su espíritu apocado y por darle a sus rugidos cierta amplitud de salida. Es difícil para un creador de mundos, que en ese ambiente ha conseguido tantear sólidas raíces nutricias, que acepte luego codearse con sus creadores iguales ateniéndose a presupuesto público. Su obra creativa paulatinamente le devora y llega a repercutir en su interior mismo, creándole expectativas difíciles de reconducir en cada momento. Ve con claridad meridiana, por ejemplo, que su ansiedad ensancha canales que serán de uso común entre los habitantes del futuro. Y como no hay producto que tenga mejor venta en tiempos de trazo escueto que los mundos transfigurados por una mente golosa, vemos al visionario arrasar imparable cualquier previsión razonable. Con independencia de si su mundo es contrastable, fiable o habitable, esa transgresión, esa incursión en lo imprevisto, lo eleva directamente a la categoría de intocable visionario. Aunque visto finalmente el resultado, quizá debamos pensar en cambiar el Dios de referencia, para dotarnos de una creatividad un poco más astringente, menos explosiva.

Cuota compartida


—¿Te has traído tu cuchara?
—No, me he traído cucharón.
—¿Para repartir?
—Dijiste que íbamos a compartir la olla.

—Igual sí..., entonces mejor usaré tazón.

miércoles, 16 de mayo de 2012

Nuevas voces


El inventor del nuevo verbo obstalar dijo al presentar esta obra ante la prensa en la Sala Maravillas de la Academia: «Podría haber escrito mucho más, pero es probable que entonces me hubiera precipitado, y quién sabe si equivocado. Son tiempos de cambios demasiado radicales y he preferido permanecer prudentemente obstalado». Hubo risas con el invento, que seguidamente inició su andadura en un simpático pareado.

¿No era un juego?


El político es uno más entre los personajes del reparto. En realidad, el que maquina políticas posibles es el programador de juegos, encargado de evaluar posiciones y salidas, distribuir ventajas y cargas, y contrastar fuerzas y tácticas. Que el escenario sea más o menos cruel, que los personajes sean más o menos abominables, que haya figuras y cupos completos prescindibles, son cuestiones menores de diseño. Lo que importa es que las políticas implementadas acaben dando buen juego. Con el sugerente título de Realidad aumentada, nuestra universidad ha empezado a engordar este lucrativo capítulo investigador con algunas de sus más despejadas, frías y amenazadoras cabezas. Veo en las camisetas de estos jóvenes brujos, que se han hecho con un lema de veras prometedor: Faîtes vos jeux, rien ne va plus.

lunes, 14 de mayo de 2012

El anónimo urbanita


En cuanto el urbanita, ese al que hasta hace poco llamábamos burgués, echa el ancla y se establece en coordenadas favorables, se apresta a montar a su alrededor un dispositivo conceptual, no necesariamente tupido, que va ganando dominios en nombre de su teoría. Todo ello sin exagerar, ya que tampoco trata de instaurar un gobierno de la razón, ni siquiera de su razón. La dialéctica histórica, experimentadora implacable, demuestra que son demasiado inestables esas hegemonías. Es más bien un juego de contrapesos conceptuales, donde lo bueno desplaza a lo malo mientras es rentable, para invertir rápidamente la polaridad, y las denominaciones, cuando el ciclo decae. Adornado con ese aura de bondad ecuménica y económica, el urbanita sale al ancho mundo a liberarlo de su soledad inútil. Y es así como, en nombre de la libertad predicada y para llevar a todos el beneficio de su agradable compañía, aprueba y decide en su solar privativo constituirse en referencia de una sociedad anónima que se dice al servicio de la gente libre.

domingo, 13 de mayo de 2012

El programa de la semana


En esos corralitos emocionales, en los que pastorean —a falta de cayado, con la billetera en mano— las televisiones privadas, sus portavoces se empeñan en asegurarnos que en su acotado se ofrece la representación más fiel de la juventud hasta el punto de haber conseguido llevar ante las cámaras todo el caudal de su espontaneidad natural, si bien poniendo la lente, por aquello de no ahuyentar a la audiencia, en sus efusiones eróticas más que en otros sinsabores vitales, digamos tristezas. Así de compleja y lucrativa es hoy la sociología verdadera. Mientras tanto, las plazas rebosantes de manifestantes, jóvenes en su mayoría, ofrecen otra evidencia, esta vez fuera de corrales y pastores, sólo explicable como fruto del mosqueo y resquemor que a diario muchos se ven obligados a rumiar sin cámaras ni prensa. ¿Cómo afrontan esta situación tan jugosa los comunicadores, en particular las televisiones? Pues desde un punto de vista rigurosa, indudable y responsablemente analítico, ¿cómo si no?. A tal fin los medios disponen su operativo de urgencia a base de una mesa de debate a cargo de un grupito de expertos, curtidos sin éxito como chusma mercenaria en no menos de cien combates de pago. Esta tropa de logómacos se asoma como desde la balconada a las imágenes que las cámaras muestran en directo de la multitud. Unos parecen reverdecer glorias sin salir de su maceta, otros adornan sus invectivas con insufrible paternalismo y los más con discreta repugnancia. Nada trasciende hasta la mesa de las inquietudes concretas de los congregados en las plazas, que permanecen encerrados a la vista del público televidente en un ostensible corralón mediático —por manías aprendidas en la producción de corralitos— para servir como materia de discusión a la cuadrilla de sabios. Habla de la juventud el mismo que dos días antes tildaba a esa gente en primera página de su gaceta de perezosos, aprovechados y gamberros, y eso por salir a la calle y porque no debe permitirse de ningún modo que la conviertan en su patrimonio privado. Quienes circulan en número mayor a veinte, según me entero, ejercen de iure un dominio particular ilícito sobre una parcela indefinida, que como la sombra es casi siempre imprevisible y móvil. Parece que el poder de la sombra, incluso después del crepúsculo de las 10 p.m., inquieta sobremanera a la autoridad, que ve en ella riesgo cierto de que se pierda en oscuras maquinaciones esa imagen fresca y emprendedora de nuestra ingenua muchachada. Es el afán de protegerlos de una deriva decadente y autodestructiva, y no otra cosa, lo que obliga a imponer el orden social, o sea el orden policial. De esta misma opinión son nuestros eruditos de micrófono y mesa, muy preocupados en mostrarse, además de ajenos por completo a cualquier connivencia con el poder, como analistas que todo lo juzgan desde la más absoluta libertad de su valiosa expresión. En un primer momento, este despliegue mediático, llamado a desdoblar al dispositivo policial disuasorio de la autoridad, quizá resulte al espectador algo fallido, al no conseguir el alto sanedrín enganchar del todo con el espíritu y las ideas manifestadas en la calle. Desde su ignorancia, el debate que los congregados mantienen se soporta con incómoda extrañeza, una extrañeza convertida en lejanía cuando el más franco de ellos asimila la bulliciosa asamblea de forma sintética, aunque solapada claro, a un denigrante espectáculo de fracasados. Después de esta humorada, que les abandona a su suerte por inútiles y equivocados, y para recuperar el tono de ponderación habitual y levantar un poco el ánimo polémico, el debate pasa a centrarse en cuestiones más concretas. Una entre todas se abre paso con fuerza y capta el decaído interés de la tertulia: en qué momento y con qué balance final cargará el orden, constitucional por supuesto, sobre esa turba exacerbada. La mesa queda presa de un contagioso anhelo cuando el moderador apostilla con sobriedad: «Eso sí que sería un verdadero espectáculo».

sábado, 12 de mayo de 2012

Soledades


Se obcecan quienes construyen soledades impenetrables con murallas de sombra, encerrados detrás de marañas silvestres o refugiados en islas pantanosas. Es preferible que, incluso en medio de la multitud, tu soledad sea reconocida como algo tuyo a que se vea expuesta como un atractivo misterio para todos.

viernes, 11 de mayo de 2012

Bienaventuranza


Bienaventurados los boquiabiertos porque aceptan su desgracia con maravillado asombro, en expresivo silencio, camino del éxtasis.

Un encuentro polémico


En prensa ya no es opinión sino regla que sólo será leída la historia que acarree polémica. No es extraño, pues, que ayer mismo un titular en página central hablara de un polémico encuentro. Por lo que allí se contaba, todo sucedió en la plaza mayor cuando un varón de complexión fuerte y ademanes resueltos vio a un hombre subido a una elevada tarima dejada a su cargo. Le pareció que éste, un hombrecillo menudo y despistado, le evitaba la mirada dirigiéndola persistentemente al cielo. En vista de su actitud huidiza, decidió rápidamente y sin mediar palabra arrojarlo al vacío, tras liarle una cuerda al cuello para que no escapara y colgarla de un poste para no perderla. Aunque el hombre, todavía perplejo, hacía sinceros esfuerzos por devolvérsela mientras volaba, la cuerda permaneció enganchada hasta que su dueño logró aliviarla del peso. Según su versión del incidente, gracias a su excelente fabricación, pudo la cuerda soportar perfectamente la tensión en ese instante en que el intruso hizo intento de llevársela. Este último, que salió inconsciente y en parihuela de la plaza, no pudo llegar a ofrecer su relato sobre el fatal encuentro.

jueves, 10 de mayo de 2012

Del abuso preventivo


Quien ejerce potestad como juez no está autorizado a confundir interesadamente la prudencia con el abuso preventivo, haciendo que la prevención de un hipotético daño vaya siempre por delante de la salvaguarda de un derecho. Prudencia será estimar objetivamente el peso de esa hipótesis, no hacer gravitar la carga de todo suceso posible en quien ejerce su derecho. Abuso será desestimar lo estimable y subordinar los derechos hasta colocarlos por debajo de sus humores o de sus temores.

miércoles, 9 de mayo de 2012

Sobrevivir o resistir


Llegados a este punto, debemos de concentrar nuestros esfuerzos en mantenernos a flote y, si es posible, seguir avanzando a contracorriente. En realidad el margen de maniobra empieza a ser tan estrecho que sólo nos queda escoger entre sobrevivir o resistir, con el agravante de que hay que aprender la lección con urgencia. A diferencia del manual de supervivencia, cargado de capítulos, algunos de ellos muy poco transparentes, el manual de resistencia es de capítulo único. Aparte de su lectura fácil, el principal atractivo de la resistencia es que el argumento sostenido con ella es casi siempre vocacional, carente de adornos y amarres lógicos, directo y claro como una cuestión de principios. Al hacer depender nuestra resistencia de la firmeza con que se mantienen dichos principios, cualquier análisis parece gratuito. Como consecuencia, el éxito del resistente es previsto como fruto de su grado de convicción, y como tal, aun cuando esa convicción sea alta, quedará expuesto a serios errores de cálculo, ya que nadie dispone de un método fiable para evaluar en cada momento el ajuste de su ánimo a principios siempre movedizos. Dichos errores podrían ser admisibles si la quiebra de la resistencia no produjera tanta conmoción, si no fuera un acontecimiento dramático, que convierte a la víctima, en la que se encarnaban los principios, en culpable de tibieza o de inteligencia. El propio valor de los principios, por no seguir con el valor personal, queda entonces empañado. Lo que en el mejor de los casos se recupera posteriormente es una imagen borrosa y desfigurada del resistente, de la que se echa mano para alentar mundos y futuros mal explorados, cuando se carece de salidas concretas en los mundos más próximos.

Del manual de supervivencia sorprende y atrae la variedad de sus soluciones. En principio las formas de sobrevivir podrían ser tantas como los tipos de techo que nos albergan, o como la variedad de dietas con que nos alimentamos, o como los caminos de la red en que nos movemos. La supervivencia instintiva, la resuelta en despiadada competencia con otros individuos o especies, se ha premiado de siempre con la vida. Sin embargo, la supervivencia cultivada, bien sea a base de subterfugios o la ganada directamente en la huida, ha sido considerada vergonzosa, por artera y falta de principios. Pero no todo en ese cultivo de la supervivencia debería ser condenado sin previo juicio. No está demostrado que la solución personal que uno adopta para protegerse se traduzca automáticamente en salidas evasivas o en un ataque a los principios comunes. Rechazar, por ejemplo, la creación de medios para prevenir y afrontar los cambios sería tanto como ignorar el papel de la ciencia en esa cultura de la supervivencia. Yendo a su origen vemos que, gracias a una adaptación al entorno cada vez más estudiada y razonable, la supervivencia empieza a apartarse del escenario evolutivo y de la prevalencia del más fuerte, aunque conservando como rasgo meritorio aquel nervio competitivo. Pese a no ser un rasgo definitorio, mantener la competición como base de la supervivencia ha sido tenido por honroso, incluso cuando resulta manifiestamente cruel. Esto ha creado en sociedad un régimen de supervivencia híbrido, en el que rasgos individuales agresivos conviven con medios de defensa de grupo.

A la larga hemos ido viendo que si se priman esas estrategias «naturales», frente al cultivo de métodos científicos o «artificiales» de supervivencia, el conjunto puede acabar teniendo un recorrido prácticamente criminal. La incorporación de las reglas de la competencia para montar una cultura «natural» de la supervivencia ha servido como encubrimiento de la actuación, en condiciones de ventaja casi siempre, de quien no quiere verse como agresor sino como genuino superviviente. No debería extrañar, porque es legítimo, que quien no puede protegerse de esas reglas asimétricas en las que el dominio se viste de supervivencia, opte por renunciar al combate, deshacerse del escudo y partir con otros en busca de un nuevo mundo. En contra de la opinión de los resistentes, que lo juzgan como signo de debilidad de la fe que ellos aún mantienen en inamovibles principios sociales, no se trata de un acto de abandono, sino de la rescisión de un contrato social caduco y desvirtuado. Se trata de mantenerse a flote y, si es posible, componer algo con los restos para intentar alcanzar aguas arriba otra orilla.


martes, 8 de mayo de 2012

Caperucita en el mercado


Cuando acuda obsequioso a ti, al grito de «aún me queda lo mejor», lo mejor será que no te quedes quieta. Delante tienes al lobo y llega con una demanda urgente, no con una oferta preferente.

lunes, 7 de mayo de 2012

Bodegón


A su muerte dejó una cabeza bien tallada, de respuesta lúcida y pronta, casi eléctrica, con una huella mental intensa y bien reconocible en su tejido interno, insistentemente recorrido y repensado, del que nadie conoce a día de hoy la entrada ni parece interesado en explorar o conservar, no más allá al menos de lo que se observa sumergido en el frasco: una mirada lejana y algo estrábica que aún nos interroga, al frente de un rostro que sobrevive tras el cristal gracias a una sonrisa turbia y descreída.

domingo, 6 de mayo de 2012

Díptico inesperado


Jacintos estrellados bajo el hayedo de Enekorri (Kintoa)
No sé por qué debe sorprendernos que existan lugares donde la vida sigue sus ciclos sin rendirnos cuenta. Siempre ha sido así, y fueron esos sitios muchos más de los que actualmente mantienen aún su regla. De correr de nuestra cuenta esto de los ciclos, seguro que estaríamos hablando hoy de primaveras nunca vistas, con eclosiones y estallidos llenos de variedad y colorido, fabricadas como escenarios pirotécnicos y encantadores para vivir en un pasatiempo inagotable. Lo asombroso, sin embargo, es que esta primavera que va entrando nunca antes fue vista, que es obra de estreno, rigurosamente inédita. Cumple con esos beneficios y rigores, que creemos conocer bien y tomamos por tópicos, pero da juego suficiente como para que el pronóstico naufrague en torrenciales aguaceros y en floraciones equívocas. Sabiendo, pues, que en cualquier paseo primaveral por previsible que parezca nos aguardan sorpresas, ¿por qué no puede ser que, cruzando por el hayedo profundo, se alfombre con estrellas y jacintos la ladera entera?

Despojos de un caballo en los prados de Enekorri
Al salir del bosque vi algún buitre planear vigilante por encima de nuestras cabezas y a los caballos pacer a sus anchas con sus potros por los prados. Uno de ellos, seguramente de esta misma semana, caminaba aún a tientas sobre sus cuatro enormes patas detrás de una yegua mansa. Sin duda una estampa cándida y tierna donde las haya. Y de la vida, sin ir muy lejos, a sus despojos, mondos ya y con el costillar apenas cubierto por los restos de una pelleta bermeja. Se recostó sobre su flanco izquierdo, presentando los cascos y dos patas estiradas, con las otras dejadas a resguardo, pensando en alzarse y huir de su infortunio pradera abajo. Probablemente levantó su cabeza con una última mirada antes de cerrar los ojos y apoyarla delicadamente en tierra. De lo que veía venir poco queda en esos gestos, que son a la vez señal de rigidez y abandono. Ahora que la vida bulle, en esa descarnada muerte buscan su refugio los recuerdos. Quedan muy frías en una imagen todas las primaveras viejas que agotadas por la intemperie guardan su silencio en esa osamenta dispersa.

sábado, 5 de mayo de 2012

El creador de problemas


Literatura ignorada, menospreciada y poco tentadora, no del todo humilde y menos aún ligera, curiosamente evasiva y con larga historia, la que se ofrece en esos enunciados imperativos tan habituales en los problemas. Entre su repertorio se cuentan las viejas propuestas geométricas como «dados dos lados de..., construye...», junto a otras hijas de la vida misma como «supongamos tres palancas y un único operario..., ¿cuándo y dónde conseguirán...?» o trampas insidiosas y abstractas como «de tantos salen cuantos y de cuantos tantos, ¿qué dirías, si sabes o puedes, de tantos y cuantos?». Todos los autores que han contribuido a la metódica difusión de este género literario saben, bien a su pesar, que, por brillante que sea su obra, vivirán prácticamente a perpetuidad en el anonimato. Hay sonoras excepciones, generalmente entre las conjeturas, donde alguien, que podría ser Fermat, Poincaré u otro retorcido monstruo, se ha desentendido de su tarea y ha dejado la solución en manos de sus seguidores. Lo cierto es que casi nadie conoce los nombres de Andrew Wiles o Grigori Perelman, pese a haber sido ellos los que acabaron con las conjeturas.

Desde Edipo por lo menos, es bastante más común que el autor de un enigma se desvanezca frente a la solución y que, si se le rescata del anonimato, luzca como segundón y telonero ante el resolutor, investido a los efectos como el fabuloso vencedor del dragón. De un dragón que él ha creado con mimo, porque los dragones, para quien no lo sepa, no nacen solos, hay que crearlos y a veces criarlos, sin que nadie quiera atribuir a esto ningún mérito. Alguien pensó hace mucho, por ejemplo, que su dragón podría tener alas para que el daño fuera pasajero y que debería echar fuego para que su furia arrasara. No basta con lanzar al brillante paladín contra un monigote de trapo o contra un fantasma invisible. Medirse con un auténtico problema no es muy diferente a enfrentarse a un dragón, pero como decía antes, mientras que el colorido va con el paladín, el fuego que ilumina la escena lo pone el dragón.

Hay también excepciones, dragones en verdad fastuosos, mucho más populares que aquellas conjeturas algebraicas. Los más celebrados son los músicos que retan con dificultades y alardes portentosos a los intérpretes de violín, de piano o de pandereta. Todo el mundo aprecia esos retos como obras maestras. Sin embargo, cuando un modesto matemático propone estirar un modelo estructural para ver si sus propiedades se mantienen, no parece plantear un desafío, sino que muchos ven a sus resignados aprendices como si marcharan hacia el potro para ser sometidos a tormento. Para quienes no valoran la estética del reto, el problema en su enunciado carece de literatura, porque nunca podrá haber en él épica y menos aún lírica. Más difícil resulta arrebatar a un enunciado, a pesar de su fría sencillez, su punto de tensión dramática, con los paladines esperando resolver brillantemente la tarea, aunque con argumento no siempre descifrable y una suerte a veces adversa.


El pelotón


Le regalé un pelotón, pero de fusilamiento, y con el reo aún vivo. Hubo tiros enseguida, probablemente sin su consentimiento. Escapó, aunque ya tenía dicho que sin muerto no pagaría el regalo. Ahora vuelven marcando el paso, el pelotón quiere cobrar, eso seguro. No es el mejor momento de salir a saludar a escena, o acabaré frente a los fusiles como pagano y remate de la fiesta.

viernes, 4 de mayo de 2012

Taumaturgos sociales


Son pocos los científicos que se han librado de las tentaciones taumatúrgicas y muchos los que ha sucumbido a ellas. Al fin y al cabo el progreso impulsado por la ciencia es el factor que más decisivamente ha incidido en los últimos siglos en la transformación del mundo. Pero mientras algunos dejaban que los nuevos conocimientos germinaran en el seno de la sociedad y veían después cómo ésta promovía con ellos el bienestar público, otro grupo importante, más condescendiente con aquellas tentaciones, además de admitirlas se embarcaba en la creación de futuros bien organizados y controlados desde la ciencia. En ese proyecto, el hombre común ha sido visto casi siempre con recelo, como un elemento activo de distorsión, como una fuente de indefinición y problemas, por lo que la acción correctora más directa, la patrocinada por ciertos científicos a finales del siglo XIX, fue una mejora de las características genéticas humanas, sacando partido a las leyes de la herencia. Con ella había quien trataba de salvar costes, e incluso el previsible fracaso de la educación, para aplicar esos medios de enseñanza forzadamente escasos a individuos seleccionados, a fin de crear de este modo una progenie bien dotada intelectualmente y sobre todo bien dispuesta.

De la misma manera que no hay proyecto ajeno a un fin, tampoco podía surgir un hombre mejorado sin un criterio que indicara hacia dónde se aspiraba a ir. En Occidente la vigencia indiscutible del patrón-inteligencia hizo que se tomara ésta como referencia universal del progreso personal y que en torno a ese patrón se creara un moderno juego estadístico de medidas. Más tarde estas medidas serían uno de los principales instrumentos empleados para dejar constancia de la mejora genética y de los avances eugenésicos. Es verdad que en lo que a inteligencia se refiere la disciplina eugenésica puede resultar tornadiza, puesto que nada impide que se promocione fortuitamente un tipo de mente cuya superdotación la haga susceptible de tornarse crítica con quienes fomentaron su promoción. En otras palabras, que surjan en el futuro mentes que no reconozcan como progreso la diferencia entre sus capacidades actuales y las pasadas. Al basarse ese progreso en un tipo de hombre, que se pretende óptimo pero necesitado de permanente adaptación a los cambios del medio, el objetivo está sujeto a caducidad y, sin embargo, su consecución bien puede darse pasada la fecha, haciendo al individuo dueño de un logro científico anticuado y estéril, y dejándolo indefenso ante un entorno hostil e incomprensible.

La eugenesia es en este sentido un instrumento científico sumamente arriesgado y la historia del siglo XX así lo demuestra. Siguiendo su evolución hasta su apogeo en el período de entreguerras, vemos cómo toma cuerpo la disciplina al calor de la ciencia, pero en el fondo alimentada por una desconfianza profunda en el avance libre y provechoso de la ilustración, cuando ésta no está pilotada por una aristocracia de sabios y científicos taumaturgos. No pocas veces, la arbitrariedad con que emplean la razón quienes en nombre de la ciencia se proclaman sus dueños, hace sospechar hasta de los beneficios que realmente procura. Y no porque la locura ofrezca mejores resultados, sino porque esos beneficios racionales se proyectan siempre de forma marcadamente selectiva e impositiva. Al hecho de sentirse uno dueño absoluto de su razón, le amparan los avales de una verdad, bajo cuya autoridad se responde razonadamente con exclusión y condena de cualquier otra lógica de fortuna. Pero los errores no siempre son fruto de una lógica descarriada, sino de un modelo equivocado. ¿Equivocado respecto a qué?, se dirá, cuando su lógica es sólida y está bien construida. Digamos, quizá mejor, que el modelo es evasivo respecto a las exigencias del medio en el que trata de intervenir. Como no estamos además ante una axiomática sino ante un modelo humano, por muy científico que se declare, el objeto de la ciencia, en este caso de la eugenesia, es permeable a una doctrina y se deja llevar fácilmente por su impronta teleológica.

Como muestra del desafortunado rumbo emprendido por la eugenesia podría servir el agitado debate suscitado en los años 20 con motivo de la campaña de esterilización voluntaria, promovida en Gran Bretaña por su Eugenics Society, que dio con la salida de ella de un grupo de importantes científicos y que fue un tímido anticipo del que condenó, tras la solución final del nacionalsocialismo, la mayoría de sus fines. Es curioso que la disciplina, o el convencimiento de que hay posibilidad de afrontar científicamente la cuestión, haya sobrevivido. Después de todo el marasmo de posguerra, B. Russell aún escribía en el año 1960 a D. Gabor: «Creo que la eugenesia adecuadamente aplicada podría hacer un inmenso bien, pero creo que haría daño en cualquier comunidad actual, porque el tipo de ser humano que se admira es incluso peor que lo que produce de media la naturaleza». El debate, sin embargo, no ha muerto. Sigue vivo, aunque trastocado. Está evidentemente el frente genético, ahora mejor fundamentado con los estudios del genoma, con todas sus derivaciones, algo pretenciosas, sobre la expresión génica y consiguiente identificación de patrones en los que se quieren «presentar» de forma inequívoca ciertos genes como causas primeras de muchas de las patologías reconocidas y también de tendencias psicológicas.

A este frente habría que añadir, en otro orden un poco más metafórico, pero más cercano también al espíritu original de la eugenesia, el diseño de máquinas que consigan emularnos. El ideario del que están infundidas y el modelo humano que a través de ellas trasciende son la mejor prueba de que aquellos intentos de proyección de una humanidad mejorada han sobrevivido tras el traslado de los taumaturgos al escenario de los autómatas. No faltan sociólogos que contemplan la inclusión de las máquinas en el ciclo evolutivo, con alcance similar al de aquellos superhombres proyectados por la eugenesia mediante la aplicación de cuidadosos criterios antropométricos y psicométricos. También habría que ahondar más en el papel prospectivo de la inteligencia artificial como generador de un estilo de robótica, tras la que se adivina el ideal de obediencia, diligencia e inteligencia con el que nos gustaría convivir, bien alejado por cierto del que rige en la sociedad que nos rodea. En cierta medida su auge refleja algo de lo que alimentó también la eugenesia: esa profunda desconfianza en la diseminación del conocimiento y el intento cada vez más evidente de concentrarlo en los autómatas como un valioso valor de mercado.

Fijándonos en los humanos, algunos queremos creer que su valor es bien distinto, que su capacidad de respuesta social es casi insondable, mucho más que su capacidad productiva. Esta agonía se manifiesta virulentamente a medida que la primera se reduce a la segunda, con una tendencia que desdeña la cultura frente al conocimiento como factor de mejora humana y ancla de supervivencia. De las críticas que J.B.S. Haldane, el famoso biólogo genetista, formuló contra las posiciones de la Eugenics Society, me quedo con este argumento, publicado en 1924 en la revista New Republic en un artículo titulado Eugenics and Social Reform. En cierto modo sigue estando de actualidad, ya que relativiza la importancia social de las mejoras selectivas frente a las expansivas: «Si deseas comprobar el aumento de una población o de parte de la población, o bien la masacras o bien le impones la mayor cantidad posible de libertad, educación y riqueza. La civilización entra en peligro real por sobreproducción de 'subhombres'. Pero, si perece por esta causa, será porque su clase dirigente estaba más preocupada por la riqueza que por la justicia».


Mínima 2


Nadie avista el futuro sin un punto de intención creativa, pero si hace de esa intención su único punto de mira, el futuro antes de verse atrapado vuela y se disipa.

jueves, 3 de mayo de 2012

El verbo latino


La flexión verbal tiene insospechado potencial y si se aprende con ritmo acompasado, se disfruta como de una intensa esgrima. Llegados a la conjugación tercera, la de los cuerpos gozosos, antes de conjugar tiempos y modos recitamos de entrada: futuō, futues, futuere, futuī, futūtum. A partir de ahí, tanto da continuar conjugando en decúbito prono como en supino.

Por un planeta poético


Desde un punto de vista estrictamente melancólico, el gran error fue instalarnos en un planeta tan escaso de lunas. Lo vemos a diario: animales furiosos merodeando por los caminos, imponentes fantasmas aullando durante toda la noche, un horizonte de sombras grises, armadas y vengativas, el siniestro fragor de las máquinas acariciándose, y mientras tanto los poetas, cortos de luces y sin inspiración alguna.

miércoles, 2 de mayo de 2012

El puntillo beatífico


Si le buscas el punto, convendrás que la selva nos hace sociables y el balneario feroces. Todo es un vaivén de miedos y placeres. Por eso, en cuanto lo encuentres, lo mismo te dará estar colgado de una alta rama que hundido en una tibia bañera. Todo es un juego de lances pasajeros. Si los recibes como beneficio y sentado en tu pináculo moral, aceptarás sereno, como una señal de venturoso equilibrio, todo lo que te suceda.

Estímulos airosos


Al estimulante deberíamos reprocharle sobre todo que ataca de forma demasiado directa el ánimo. A veces el efecto es tan inmediato que más que estímulo provoca una especie de transfiguración. El apático, bien conocido por su persistente mueca de pesadumbre y abandono, repentinamente se transmuta, como quien amanece en un personaje nuevo. Con esa dosis añadida de entusiasmo se muestra tan encendido como extraño. Se asemeja a quien arrastra ufano un traje nuevo, colorido y enorme, como pesada colgadura sobre sus estrechos y raquíticos hombros. Para qué negarlo, mueve a compasión el entusiasta en ese trance ridículo.

Es verdad que, con mayor o menor frecuencia, casi todos pasamos por esa fase apática, como ocasionales durmientes. Pero ni el grado de anonadamiento es igual para todos, ni lo son los remedios usados para ganar en presencia de ánimo. No sé si la música es más saludable que el puntazo químico. Decir que sólo templa los nervios, mientras que el otro los estimula, tampoco es precisamente dar en el clavo. Nadie puede negar que la música es estimulante. Para transformarla en un estimulante sólo hay que programarla. Cosa distinta parece, pero no menos estimulante, cuando no viene programada, cuando te sale al encuentro como un saludo amistoso o una mañana soleada. Entonces la música regenera.

No es cuestión propiamente de género ni de intérpretes. Cada uno guarda su diapasón en espera, hasta que de repente hay algo que suena, que te remueve, que te despierta. Y volvemos al trance de antes, esta vez a un estado de llamativa ausencia, no sé si exactamente ridículo, pero sí impúdicamente excitados, no con licencia industrial sino angélica. Cuando vuelve del viaje, cada cual lo cuenta a su manera: unos recuerdan cuando se pasearon ebrios de frenética emoción y otros que flotaron poseídos de belleza. Quedan por último los que nada dicen, los que se confiesan mudos con una breve nota, una nota sobre el toque cristalino de una voz, que compite vibrante entre óboes y cuerdas.




Spesso tra vaghe rose de Bajazet, ópera de A. Vivaldi,
Elina Garanca, Europa Galante dir. F. Biondi.